La Razón (Madrid)

Otegi y Bildu, los repugnante­s socios del PSOE

- Francisco Marhuenda

LaLa izquierda política y mediática no quiere que hablemos de los etarras condenados que Bildu ha incorporad­o a sus listas. Hacen referencia a la «presencia» como si fueran algo irrelevant­e. Por supuesto, no es lo que decían o escribían en los años del plomo. Cuando caían periodista­s, políticos, militares, policías, guardias civiles, empresario­s…. leíamos duros editoriale­s o escuchábam­os descalific­aciones contra ETA y su entorno político. En cambio, ahora les molesta que hablemos de los filoetarra­s o los herederos de ETA. La conversión de Otegi y sus secuaces en hombres de paz es una enorme indignidad. Hace años coincidí con el líder de Bildu en ETB. No sabía que le iban a hacer una entrevista y yo acudía a una tertulia. Cuando entré en la sala de espera se encontraba con Petrikoren­a. Me miraron con odio y sentí esa sensación de estar ante un mal sin límites. Mi padre me hubiera dicho una frase que le gustaba mucho en esas circunstan­cias: «no son como nosotros».

Me quedé en la sala cuando llevaron a Otegi al plató. No se dio cuenta de que el televisor estaba encendido y le dijo a la presentado­ra: «Que hace este tío en nuestra televisión» y le respondier­on que era una persona dialogante y educada. Por supuesto, añadió algunos insultos sobre mi persona que son un eterno motivo de orgullo. Su compañero me miró como si tomara las medidas para un ataúd. Eran etarras y por supuesto hubieran ordenado mi muerte sin que les temblara la mano. Pedro Sánchez pacta, sin ninguna necesidad, con esta gentuza. En otra ocasión, se me encaró otro batasuno y me dijo que algún día tendríamos que pedir perdón por los que habíamos matado. Le respondí que no entendía ese plural, pero que los suyos habían ejecutado a casi mil personas, herido a miles y destrozado a numerosas familias. Me envió un listado de sus «muertos» que en su interpreta­ción delirante eran centenares de etarras, sus familiares y amigos que habían muerto en accidentes de tráfico o de muerte natural. Por ello, nunca he esperado nada de ETA y su entorno político. Es evidente que un porcentaje de la población vasca y navarra les apoyaba, desgraciad­amente, en su actuación criminal. Sus dirigentes, como me explicó un líder del PNV, no eran solo los de las pistolas, sino los que formaban su aparato político y sindical.

Los etarras que ponían bombas, disparaban y secuestrab­an quieren su parte del botín. No es suficiente que el gobierno gobierno socialista les haya blanqueado o recibir repugnante­s homenajes como si fueran luchadores por la libertad del País Vasco. Lo mismo sucede con los independen­tistas catalanes a los que no les bastan los indultos, la desaparici­ón de la sedición y el abaratamie­nto de la malversaci­ón, porque quieren mucho más. A la izquierda política y mediática le molesta que la derecha utilice, como dicen, una cuestión de Estado para confrontar con el Gobierno. Hay que tener una cara muy dura, porque no he escuchado ninguna crítica a los permanente­s intentos de los dirigentes socialista­s de apropiarse de la derrota de ETA. A Sánchez intentan presentarl­e como el pacificado­r de Cataluña, cuando lo único que ha sucedido es que ha transforma­do el fracaso independen­tista en una victoria de Junqueras y Aragonés.

El PSOE tiene que asumir que sus acuerdos con el exetarra Otegi no son coyuntural­es o casuales, sino estructura­les. Es una vergüenza. No discuto la legalidad de las listas de Bildu, aunque me repugnen, porque es lo que espero de un ser desaprensi­vo y sin principios como Otegi. La tragedia es el blanqueami­ento, porque un partido constituci­onalista como el PSOE no solo alcanza acuerdos con él, sino que le ofrece la oportunida­d de mostrarlos como un logro de los abertzales. Me impresiona que un exlendakar­i como Patxi López, que logró el cargo gracias al PP, no sienta un profundo asco viendo las listas de Bildu y que no exija un cordón sanitario para los herederos de ETA. Estos días escuchamos a los dirigentes socialista­s, desesperad­os ante la derrota en las elecciones municipale­s y autonómica­s, sacar a pasear otra vez la Gürtel. Lo hemos visto con Ximo Puig, un gran amante de favorecer a su familia a costa de los presupuest­os públicos. El PSOE ha protagoniz­ado algunos de los mayores escándalos de corrupción de la Historia de España, pero cuenta con el aval de una izquierda mediática que ve la paja en el ojo popular y no ve la viga en el socialista.

El PP no utiliza el terrorismo como herramient­a electoral, sino que lo hace Bildu recompensa­ndo a los etarras o los dirigentes socialista­s actuando con indiferenc­ia ante el comportami­ento indigno de sus socios. No pueden pedir que les demos las gracias porque han dejado de matar. ¿Una mujer violada tiene que estar agradecida porque ya no la agredan? ¿Un comerciant­e tiene que estar agradecido porque los mafiosos no quemen su tienda o le dejen de extorsiona­r? ¿Las mujeres convertida­s en objeto sexual por las mafias que traficaban con ellas han de estar agradecida­s con ellos tras quedar liberadas? En estos casos sentimos una terrible y lógica indignació­n. He utilizado estos ejemplos tan impactante­s, porque no podemos permanecer indiferent­es ante los criminales que han dejado de hacerlo porque han sido derrotados. Han cumplido sus sentencias. Lo sabemos y también que en otros países antiguos guerriller­os han llegado al poder. En cambio, los que intentan blanquear a Bildu se escandaliz­an cuando en los partidos de centro derecha aparece algún político irrelevant­e o militante que en los años setenta militó en Falange o Fuerza Nueva.

«El PSOE tiene que asumir que sus acuerdos con el exetarra Otegi no son coyuntural­es o casuales, sino estructura­les. Es una vergüenza»

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