La Razón (Madrid)

Tú calumnia, que algo queda

- Alfredo Semprún

LoLo del presidente del Gobierno insinuando que el Partido Popular preferiría que Eta siguiera matando para instrument­alizar políticame­nte el terrorismo no deja de ser una de esas insidias que retratan perfectame­nte al difamador y a las que no hay que dar demasiada importanci­a. Entre otras cosas, porque tratar de manipular a los españoles de esta generación sobre lo que fue el terror vasco y quiénes fueron sus víctimas no es tan sencillo como remendar la virginidad democrátic­a del PSOE en la Guerra Civil, y tampoco. Además, que en el ecuador de la campaña electoral uno de tus aliados objetivos, como es Arnaldo Otegui, te dinamite el discurso, puede que no justifique el rebote del afectado, pero, al menos, lo explica. A ver, sales al aparcamien­to de la Casa Blanca para las declaracio­nes de rigor y lo que te preguntan es por las listas electorale­s de Bildu. «Pa habernos matao y después volquemos», que dijo el del chiste. Incluso un político con las tragaderas de nuestro presidente, y que conste que no es un elogio, debería preguntars­e por qué se ha montado ahora la mundial cuando no era la primera vez que los proetarras trufaban sus listas de matarifes. Y puede echarle la culpa al malvado PP y a la luciferina Ayuso, pero, cuando se le pase el cabreo, reconocerá que él ha sido el primer jefe de Gobierno que ha dado carta de naturaleza política a los herederos de la banda, asunto que la mayoría de los españoles no acaban de ver bien. Y es que te lees la Ley de Partidos y descubres que el legislador ya había previsto la posibilida­d de que los condenados por terrorismo y sin arrepentim­iento, reparación del daño y colaboraci­ón con la justicia pudieran

Las belarras no aceptan más sentencias que las que dicta su naturaleza sectaria

restregarn­os por la cara eso que ahora llaman el relato. Yo que Ayuso no pondría demasiadas esperanzas en la disolución de Bildu. Aunque Conde-Pumpido sufriera una caída camino de Damasco, siempre le quedaría a Sánchez el «modelo sedición», con el que ir tirando. Pero si las insidias socialista­s no van más allá del carril, lo de las belarras con el hermano de la presidenta madrileña nos trae esos viejos aromas de la izquierda comunista, esos hedores de una ideología que pasa por encima de lo que haya que pasar para buscar la destrucció­n personal del adversario. Y no importa que las acciones de la víctima hayan superado el escrutinio más estrecho de la justicia. No. A las belarras de turno no le valen jueces ni fiscales, esas excrecenci­as de la democracia burguesa con las que hay que acabar. A las belarras ni les contienen las reglas ni aceptan más sentencias que las que dicta su naturaleza sectaria, su modo maniqueo de entender la vida. Y degradan todo lo que tocan. Pero la lona en el barrio de Salamanca, las camisetas, la facundia de quienes se creen en posesión de la palabra de Dios no son manidas insidias malvadas de un político en malos pasos. No. Tienen todos los atributos de la calumnia. Y, en el ámbito de la vida pública, la calumnia, es decir, imputar falsamente un delito, tiene su espacio reservado en el Código Penal. Por cierto, son las mismas belarras con la piel tan fina para el agravio propio que tiran de tribunales a la menor ocasión. Las mismas que han tratado de llevar a una sociedad tolerante y predispues­ta a apuntarse a cualquier fiesta el horror de los escraches, la intoleranc­ia social, y la vieja dialéctica política de amigo-enemigo. Sí, esas de la vieja fórmula del «tú calumnia, que algo queda».

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