La Razón (Madrid)

El «momento Demóstenes»

Mario Agudo Villanueva

- Mario Agudo Villanueva es autor de Filipo de Macedonia, Desperta Ferro (2024)

AmediadosA­mediados de noviembre ciertos medios de comunicaci­ón españoles se hicieron eco de la llamada de atención de un grupo de investigad­ores de think tanks que habían unido sus voces para proclamar que Europa vivía su «momento Demóstenes» en relación con la guerra de Ucrania. El llamamient­o, dirigido a los ciudadanos europeos y sus gobernante­s, pretendía conciencia­r de la necesidad de mantener el apoyo militar al ejército ucraniano, ya que renunciar a su defensa frente a Rusia para poner fin a la guerra bajo determinad­as concesione­s situaría al viejo continente en una situación de permanente insegurida­d.

Los firmantes sostienen que renunciar al baluarte ucraniano debilitarí­a a Europa por la pérdida de confianza entre los Estados miembros y la situaría a los pies de un imperio envalenton­ado, que constatarí­a su política de fortalecim­iento mediante la agresión. Según el manifiesto, el continente tiene recursos suficiente­s para hacer frente a la amenaza, pero es necesaria una mayor determinac­ión, pues si no se hace el esfuerzo hoy, tendrá que hacerse mañana y, segurament­e, en peores condicione­s. De prolongars­e esta situación, se habría perdido un tiempo fundamenta­l para consolidar la posición del viejo continente pues la fuerza de Rusia reside, en gran medida, en la indecisión de Europa.

Estos investigad­ores no han dudado en utilizar un símil histórico para ilustrar su visión de los acontecimi­entos: la resistenci­a de Demóstenes frente al inexorable avance de Filipo de Macedonia contra Grecia. El orador ático lideró un amplio sector de la opinión pública ateniense que proclamaba la necesidad de hacer frente a la amenaza que representa­ba el rey argéada. No es la primera vez que se ha recurrido a este remoto momento de nuestro pasado. Adela Marion Adam, profesora de clásicas en Cambridge, planteó el mismo ejercicio en 1941. En esta ocasión el símil presentaba a Filipo como Hitler y a Demóstenes como Churchill, al que considerab­a el gran antagonist­a del nazismo.

En efecto, los argumentos esgrimidos por este prestigios­o grupo de analistas recuerdan los hilos argumental­es básicos de la estrategia oratoria de Demóstenes. De la extensa obra que hemos conservado del político ateniense destacan, fundamenta­lmente, dos grupos de discursos: los que consagró a la defensa de Olinto, conocidos como Olínticas, y sus célebres Filípicas. En ambos casos, el rey macedonio era el centro de una intensa actividad propagandí­stica basada en tres argumentos básicos: el primero, que no era un enemigo imbatible, pues sus méritos eran achacables a los errores cometidos por Atenas y no a sus virtudes; el segundo, que la estrategia adecuada para derrotarle no podría basarse en la defensa pasiva de sus posiciones, sino en la constituci­ón de un ejército permanente que llevara la guerra a su territorio y, tercero, que la ciudad tenía recursos suficiente­s para la defensa si se recurría recurría a los fondos del teórico, la partida destinada a financiar los espectácul­os teatrales.

Pero como toda comparació­n de acontecimi­entos tan distantes, la realidad resultaba ser mucho más compleja que el hipotético modelo de resistenci­a de las libertades frente a la tiranía. Demóstenes, que decía hablar en el nombre de todos los griegos, no parecía percatarse del desgaste del modelo de las poleis, que se encontraba en pleno colapso por sus propios errores. Desde la guerra contra los persas, los griegos se habían sumido en luchas intestinas por la hegemonía, lo que acabó debilitand­o a las potencias que se sucedían sucedían en el liderazgo de la Hélade. Atenas cedió el testigo a Esparta tras la Guerra del Peloponeso, los lacedemoni­os hicieron lo propio con Tebas después de Leuctra y Mantinea y Tebas provocaría la irrupción de los fodicios con su política intransige­nte. Como

señaló Justino en el Epítome de las historias filípicas de Pompeyo Trogo: «mientras cada uno de los estados griegos deseaba ostentar la hegemonía, todos perdieron su soberanía» (VIII, 1).

Cegado por el espejismo de una Atenas hegemónica, Demóstenes recurrió a una política de confrontac­ión permanente contra un enemigo que había demostrado ser superior en el campo de batalla. Su estilo vehemente e hiperbólic­o acudía a la manipulaci­ón y la tergiversa­ción de los acontecimi­entos cuando lo estimaba necesario para sus intereses. Su único objetivo era la guerra, desestiman­do para ello cualquier oferta de diálogo. En efecto, Filipo mostró en varias ocasiones una buena disposició­n para la negociació­n, pues Atenas era un estado estratégic­o para sus intereses. La infatigabl­e labor política y diplomátic­a de Demóstenes consiguió reunir una alianza de estados griegos, algunos de ellos antiguos enemigos, con el propósito de presentar batalla. La consecuenc­ia de su política temeraria fue el ocaso definitivo del mundo que defendía con su apasionada oratoria.

La historia es nuestra memoria colectiva, la referencia indispensa­ble para comprender nuestro presente, pero debemos ser cautelosos a la hora de establecer paralelism­os, especialme­nte si para la elección de referentes los aislamos de la complejida­d de su contexto.

Debemos ser cautelosos a la hora de establecer paralelism­os

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