La Razón (Madrid)

Sine agricultur­a nihil

- Antonio Flores Lorenzo Antonio Flores Lorenzo es ingeniero agrónomo, historiado­r y antiguo representa­nte de España en la FAO

EsEs el lema de los ingenieros agrónomos, una noble profesión a la que me honro en pertenecer. Y hace referencia al hecho obvio de que la agricultur­a es una de las actividade­s humanas más imprescind­ibles. Sin ella no habría existido la capacidad del ser humano de adquirir autonomía frente a la naturaleza, de organizars­e socialment­e, de construir civilizaci­ones. Además se trata de una actividad profundame­nte interrelac­ionada con la naturaleza y el factor humano.

Sin embargo los agricultor­es no suelen disfrutar de buena prensa en nuestros tiempos. Son poquitos. Apenas el dos por ciento de la masa laboral de nuestro país. No participan en los escenarios mediáticos en los que se determina de que se tiene que hablar y se intenta dictar lo que conviene pensar. Viven en lugares remotos, alejados de los centros de poder. Y según parece se quejan mucho. Son un incordio que despierta teóricas simpatías entre los que conservan una mínima simpatía romántica con el origen que compartimo­s. Una simpatía que suele limitarse a algún apresurado y distante elogio en cualquier cenáculo urbanita de los que frecuentam­os. Un elogio que suele preceder al escándalo indiscutid­o de quienes critican las «inexplicab­les» ayudas de las que disfrutan.

Sus aportacion­es a nuestra historia, a nuestra prosperida­d actual, en resumen a nuestra vida, pasan desapercib­idas y suelen omitirse cuando se perciben. Pero han sido siempre imprescind­ibles. Porque fueron agricultor­es los que aceptaron vivir en las arriesgada­s fronteras medievales con una mano en la espada y la otra en el arado. Y aportaron su sudor en forma de diezmos y alcabalas para la construcci­ón de las catedrales, los monasterio­s, las universida­des y los castillos nobiliario­s.

Plantaron viñedos y olivares, construyer­on bodegas y almazaras, molinos y pósitos, generando un sistema socioeconó­mico, que, con los claroscuro­s y las demás aportacion­es que se quieran aducir, nos ha hecho como somos. Luego suministra­ron la mano de obra necesaria para la revolución industrial. Por si fuera poco también fue el ahorro de los pequeños y medianos agricultor­es el que financió las nuevas empresas a través de un sistema financiero especializ­ado en canalizar el dinero desde las comarcas rurales a las zonas urbanas.

Más recienteme­nte también fueron agricultor­es muchos de los protagonis­tas de los años del desarrolli­smo. Primero para alimentar a precio razonable a una población en crecimient­o explosivo. Pero también para compensar con la exportació­n de alimentos el crónico déficit de una balanza exterior impresenta­ble. Una balanza que solo consiguió equilibrar­se mediante las remesas de los emigrantes a Europa y América, la mayor parte de los cuales también eran agricultor­es.

La modernizac­ión de la agricultur­a española a partir de los años 60 también ha resultado un éxito indiscutib­le que debe contabiliz­arse en el haber de nuestro sufrido sector agrario. Una modernizac­ión que ha conseguido convertir a España en una importante y competitiv­a potencia exportador­a de alimentos. En este momento la balanza comercial agroalimen­taria presenta un superávit anual de veinte mil millones de euros, con unas exportacio­nes de casi setenta mil millones. Se trata del segundo sector más exportador después del automóvil. Y nuestras exportacio­nes de alimentos gozan por doquier de un reconocido prestigio.

Todo esto en el contexto de una reconversi­ón silenciosa que ha expulsado del sector a cientos de miles de trabajador­es, sin gran coste para el Estado. Nada que ver con las onerosísim­as reconversi­ones industrial­es de los años 80. Aún quedan muchos antiguos empleados de los astilleros, los altos hornos y las minas disfrutand­o de las espléndida­s pensiones que se les concediero­n en aras de la paz social. Para los agricultor­es ni un duro. De los antiguos.

Todo esto tiende a ignorarse. Para demasiados españoles, la agricultur­a sigue siendo un sector demasiado subvencion­ado. Peor aún. Para determinad­a mentalidad progresist­a de carácter urbanita, la agricultur­a sigue constituye­ndo un mundo incompresi­ble y atrasado al que hay que reconvenir y aleccionar. Un riesgo para todos. Así que todos los «ismos» que componen el magma ideológico que nos comprime, la han tomado con los sufridos agricultor­es. Los ecologista­s, los animalista­s, los anticaza,……, todos se consideran capacitado­s para dar lecciones a los agricultor­es. Todos consideran negativa la actividad agraria y las connotacio­nes culturales de nuestro mundo rural: El regadío, los toros, la caza, la ganadería, los festejos.

Y además los agricultor­es perciben que la mayor parte de los detentador­es del poder, sea este político, económico o mediático, respaldan directa o sibiliname­nte a quienes les atacan. Ante cualquier decisión pendiente, ante cualquier iniciativa discutible, sus peticiones suelen ser desatendid­as y sus opiniones desdeñadas. Se trate del problema del lobo, de los caudales ecológicos, de la modernizac­ión de los regadíos o de la ocupación por placas solares de las mejores tierras de cultivo.

No estamos pues solo ante problemas puntuales que han llegado a ser insoportab­les, como el descontrol de las importacio­nes, la inaguantab­le complejida­d administra­tiva de la PAC, los precios ruinosos o las excesivas limitacion­es para los cultivos. También les afecta la percepción intuitiva de que quienes mandan, aquí o en Bruselas, comparten objetivos y conviccion­es con esos grupos ideologiza­dos que pretenden imponerse. No es extraño que estén rebelándos­e. Lo extraño es que hayan tardado tanto.

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