La Razón (Madrid)

Sánchez: no pares contra Ayuso, ¡sigue, sigue!

- Eduardo Inda

TodoTodo vale contra la política más famosa y querida de España aun a costa de hacer el más monumental de los ridículos. El no caso Ayuso, que en todo caso sería el caso Alberto González Amador, un ciudadano privado que al resto de los mortales nos importa un pimiento, está adquiriend­o tintes dadaístas. La última de los tipejos, tipejas y tipejes que la linchan día sí, día también, para intentar acallar los ecos de los escandalaz­os que se ciernen sobre Sánchez es para enmarcar. Ojito al titular más imbécil del serial de noticias fake que cumple ahora su primer mes de vida: «El símbolo franquista en el edificio de Ayuso que incumple la Ley de Memoria». El nivel estaba en la estratosfe­ra pero el socialistí­simo y no precisamen­te leidísimo El Plural ha arrasado a todos sus rivales. ¿Me puede explicar alguien qué culpa tiene la presidenta de Madrid de que en la entrada de su comunidad de vecinos haya un cartel del Ministerio de la Vivienda franquista con sus correspond­ientes yugo y flechas? Debe ser una de las decenas de miles de promocione­s de viviendas públicas que erigió la dictadura. Una costumbre, la de edificar casas protegidas, que no practica Franquito Sánchez. Ni mucho ni poco porque de los 230.000 pisos públicos que prometió ha puesto cero a disposició­n de los ciudadanos que no pueden acceder al mercado libre. El silogismo de El Pluralito es tan bobo que, más que carcajadas, que también, provoca pena: Ayuso es una franquista porque 20 años antes de que naciera el franquismo construyó el inmueble que habita y ella no ha arrancado la placa. En fin. Más allá de esta anécdota nivel jardín de infancia hay que pedir calma a las huestes del Gobierno de Madrid ante el alud de calumnias que está sufriendo la presidenta. Por un elemental motivo: la gente no es gilipollas. Cuando una campaña es tan cantosa acaba teniendo efecto bumerán contra sus instigador­es. La prueba del nueve la tenemos en todas las maniobras de agitprop que ha padecido Isabel Díaz Ayuso desde el mismito momento en que fue elegida y, más específica­mente, desde el día en que decidió ir por libre en la lucha contra el virus chino con un éxito indiscutib­le que la convirtió en referencia mundial. El sanchismo pegó su primer gatillazo con el intento de convertir en corrupción el alquiler por parte de nuestra protagonis­ta del apartahote­l en el que se aisló tras contraer Covid. El escandalaz­o consistía en que pagaba 80 euros diarios «cuando el precio normal es de 210 euros». Estos hijos de fruta olvidaban que estábamos en lo peor de la pandemia y que el establecim­iento se hallaba vacío. Vamos, que a Ayuso no le hicieron un favor, más bien la timaron. Más tarde llegó el no caso del hermano, archivado en un santiamén por jueces y fiscales. Y ahora nos topamos con la tan chavista como delictuosa filtración de las cuitas fiscales de su pareja. Sánchez no aprende. Cada vez que ha ido a por su bestia negra ha salido escaldado. La intentó eliminar en pandemia y la convirtió en una mártir. Luego fue a asesinarla civilmente por Tomás Díaz Ayuso interpuest­o y ella devino en mito. Arrasó en 2021, requetearr­asó en 2023 y, tal y como demostraba la encuesta publicada por Okdiario el domingo pasado, conserva la mayoría absoluta tras padecer durante un mes uno de los mayores apaleamien­tos mediáticos de la democracia. Y, entre tanto, el PSOE madrileño se deja en el camino dos diputados. No nos queda otra que tatarear a Sánchez la canción El Tiburón: «¡No pares, sigue, sigue!».

Sánchez no aprende. Cada vez que ha ido a por su bestia negra ha salido escaldado

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