La Razón (Madrid)

Martínez-Almeida, sus últimos pasos camino hacia el altar

► Repasamos la semana previa a su boda con Teresa Urquijo: nervios, trabajo y delantal, pero poca cocina

- Marian Benito.

UnaUna de las grandezas de José Luis Martínez-Almeida es su sentido de la responsabi­lidad política. Si hiciese falta, podría llegar al altar sacudiéndo­se el barro de los zapatos, atusándose la corbata y precipitan­do el paso para llegar a la iglesia de San Francisco de Borja antes que la novia, tal y como manda la tradición. Su enlace con Teresa Urquijo, a las 12.00 de hoy, agrupa a todas las ramas de sus respectivo­s árboles genealógic­os, tan insignes que, además de los Borbones, salen apellidos de esos que dejan sin respiració­n. Como el suyo propio: Martínez-Almeida Navascués León y Castillo Cobián Nacarino Sánchez-Ocaña. Es la boda del año, pero el alcalde de Madrid ha mantenido el bastón de mando hasta el último minuto.

No es que minimice ese compromiso que lleva ceñido al corazón, sino una cuestión de lealtad al oso y a madroño, tan profundo como su fervor colchonero, su fe en San José o su ideario político. Después de procesiona­r en Semana Santa, ha vivido unas jornadas intensas: foro de empresario­s, recepción de deportista­s, inauguraci­ón de unas instalacio­nes deportivas, reuniones y más obligacion­es. A medida que iban pasando las horas, el flamante novio empezaba a ser consciente de cómo el amor ha terminado imponiéndo­se a su proverbial timidez, un rasgo que confesó a LA RAZÓN en una entrevista muy personal. «No había estado tan nervioso en toda mi vida. Me paso el día resoplando», contó el jueves en la que sería su última Junta de Gobierno de Madrid como soltero. «También es cierto que no había estado jamás tan feliz», matizó.

Lo venía advirtiend­o cada vez que se le mencionaba la boda: «Voy a trabajar por la ciudad hasta el último día». De hecho, tuvo que suspender una despedida de soltero exprés en Marrakech que prometía diversión, siendo su anfitrión, Fernando López Miras, el presidente de la región de Murcia. Su último encuentro lo tuvo ayer, con Isabel Díaz Ayuso, para firmar un convenio de transforma­ción digital en la Real Casa de Correos. Poco después cedía sus poderes a Inma Sanz, la primera teniente de alcalde, y se ponía en marcha la llamada «Operación luna de miel», algo insólito tanto en el Palacio de Cibeles como en la Plaza de la Villa, puesto que sus antecesore­s llegaron todos desposados. Esto y el carisma de Martínez-Almeida explican que el Ayuntamien­to y los madrileños estén viviendo el enlace con auténtico entusiasmo.

Pero los preparativ­os nupciales no han relajado ese carácter disciplina­do que le lleva a mantener una rutina vital para su cargo: carreras por El Retiro, ejercicios con su entrenador personal, misa do

minical y reuniones familiares. Lo que no ha conseguido, y segurament­e ni lo habrá intentado, es corregir su mala maña en la cocina. «Ni siquiera sé hacer una tortilla», admitió sin rubor a este periódico. No será por falta de delantales. Hace solo unos días recibió uno muy especial de parte de Miguel y Kimberly, dos jóvenes con Síndrome de Down que animaron al alcalde a llevar, además del mandil, dos simbólicos calcetines desparejad­os. Sin dudarlo, escogió uno del Real Madrid y otro de su Atlético.

El pelo ni se toca

Afortunada­mente, los jóvenes no le pidieron un cambio de peinado. Le habrían puesto en un serio aprieto, puesto que mantiene el mismo desde hace décadas. No permite ni que se lo toquen, si acaso un ligero retoque, con lo cual su puesta a punto prenupcial ha sido más liviana. Aunque pequeño de estatura, el alcalde tiene buena planta para lucir impoluto el chaqué confeccion­ado en la sastrería Fernández Prats, en Chamartín, conocida también como la del Ibex 35 debido a su clientela.

En ausencia de su madre, Ángela, fallecida en 2019, serán sus hermanas Casilda, Ángela y Magdalena las que salgan al quite si necesitan enderezarl­e los hombros para que el traje se ajuste bien y luzca como un novio estiloso. Volverá en la penúltima semana de abril, sin su condición de soltero y con una alianza en el dedo doblemente simbólica: el inicio de una nueva vida y una intimidad que tratará de blindar. Para entonces, ya se habrá contado hasta el último de los pormenores de este magno casamiento. Dice el refrán que el casado casa quiere, y la pareja necesitará disfrutar por fin del hogar en absoluta privacidad.

El fin de la soltería no ha corregido su mala maña en la cocina ni su pavor a cambiar de peinado

Volverá a la alcaldía en la penúltima semana de abril con una alianza en el dedo muy simbólica

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GONZALO PÉREZ / EP El alcalde madrileño posa vestido con su color favorito, el azul

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