La Razón (Madrid)

Chechenia prohíbe el ritmo: ni pop ni «techno»

Ulises Fuente

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NingunaNin­guna forma de creación artística tiene la capacidad de elevar el espíritu como lo hace la música. Los circuitos del cerebro que la procesan, y que están por descubrir, van por otro lado del conocimien­to racional y pueden afectar al individuo en lo más profundo. Sobre el poder de las melodías para incidir en el comportami­ento humano ya hablaron todas las civilizaci­ones de la humanidad. Incluso, en la Edad Media, un determinad­o intervalo musical de tres tonos era considerad­o nada menos que «Diabolus in Musica», Musica», es decir, que el Diablo aparecía mediante un intervalo (distancia entre dos notas) de cuarta aumentada o de quinta disminuida, signifique eso lo que signifique. No hay espacio en esta breve pieza para hablar de todas las veces que esa abstracció­n llamada música ha provocado el escándalo: desde la «obscena» zarabanda a la considerad­a «música degenerada» por los nazis, pasando por las óperas y sus truculenci­as, casquivaní­as y calentones, y, por supuesto, todos y cada uno de los géneros musicales que, del jazz al trap, han surgido en el mundo occidental durante los últimos cien años. Por alguna razón, hay progresion­es de notas y ritmos que despiertan el demonio que los demás llevan dentro. Porque ahí esta otra clave: suele suceder que los censores de la música ni sienten ni padecen en las trompas de Eustaquio y mucho menos en sus caderas de contrachap­ado. Tienen la circuiterí­a averiada, pero ven demonios asomando de los tímpanos ajenos.

Tan averiada al menos como el ministro de Cultura de Chechenia, la pequeña república caucásica de mayoría musulmana, que ha anunciado la prohibició­n de toda música que no suene en una franja de «beats per minute (BPM)» (la rapidez a la que suena el bombo de una canción, algo así como el latido del tema) que esté entre los 80 y los 136 pulsacione­s por minuto, lo cual excluye a prácticame­nte la totalidad de la música pop y comercial de la actualidad y a buena parte de la música popular occidental de la historia. El gobierno del país musulmán argumenta que la franja permitida es en la que encajan sus coros y danzas tradiciona­les y que todo lo que salga de esa horquilla rítmica está «pervirtien­do la mentalidad y el sentido del ritmo chechenos». «Es inadmisibl­e tomar prestada la cultura musical de otros pueblos. Debemos aportar al pueblo y al futuro de nuestros hijos el patrimonio cultural checheno. Eso incluye todo el espectro de normas morales y éticas de la vida de los chechenos», ha dicho Musa Dadayev, ministro de Cultura del país.

Hay en este asunto –aparte de mucha necedad– una fascinante conexión subterráne­a entre la música y los números que ha sido explorada desde tiempos de los pitagórico­s, pero quizá no lo suficiente, y que tiene a su vez relación con una cuestión biológica: cómo afecta la música a un organismo que ya tiene un instrument­o de percusión (el corazón) dentro. Pero quizá sean ya demasiados misterios para una página. Solo una cosa es segura: la prohibició­n será tan en vano como todas las que, a lo largo de la historia, lo han intentado antes.

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EPA Tropas rusas se entretiene­n en Chechenia formando una orquesta

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