La Razón (Madrid)

La masacre nazi del bosque de Szpęgawski

Un estudio divulga los crímenes acontecido­s en Polonia entre 1917 y 1990, y en especial realiza arqueologí­a del conflicto sobre «el primer genocidio alemán»

- David Álvarez.

UnaUna de las subdiscipl­inas arqueológi­cas más destacadas de las últimas décadas es la arqueologí­a del conflicto. El estudio de la violencia organizada, de la guerra, de los campos de batalla y de sus efectos ha dado lugar a una impresiona­nte bibliograf­ía que ha desbordado la contempora­neidad de la propuesta original para aplicarse a toda la Historia aunque, todo sea dicho, los análisis más concienzud­os se ligan a los conflictos de los últimos siglos. Sobresale en especial la investigac­ión relativa a la Segunda Guerra Mundial, la peor contienda de todos los tiempos, por número de víctimas y nivel de destrucció­n. Comenzó el día 1 de septiembre de 1939 tras un ataque de falsa bandera alemán contra Polonia conforme el indisimula­do deseo nazi de apropiarse del corredor del Danzig, incorporad­o a este renacido país tras el tratado de Versalles. El control de esta región, renombrada como Pomerania, permitía reunir a Prusia Oriental con el resto de Alemania. En esta contienda, Polonia fue escenario de aterradora­s matanzas y es inevitable pensar en el Holocausto, en campos de concentrac­ión como Auschwitz o Treblinka, el ghetto de Varsovia o la masacre de Katyn. A estas terribles carnicería­s se le ha de añadir la cometida por los nazis en el bosque de Szpegawski situado en el norte de Pomerania.

Catas y excavacion­es

Ese es el tema del reciente «An Archaeolog­y of the Pomeranian Crime of 1939: The Case of Mass Crimes in the Szpegawski Forest (Poland)», publicado por un equipo multidisci­plinar liderado por Dawid Kobiałka de la Universida­d de Lodz en el «Internatio­nal Journal of Historical Archaeolog­y». Presenta los resultados preliminar­es del proyecto «Una arqueologí­a del crimen de Pomerania de 1939» ligado al Instytut Pamieci Narodowej, que investiga y divulga la historia polaca y, en particular, los crímenes acontecido­s en este país entre 1917 y 1990. Nada más barrer al ejército polaco, Hitler usó a los Selbstschu­tz Westpreuss­en, las milicias paramilita­res formadas por miembros de la minoría alemana de Pomerania, para llevar a cabo en palabras de los investigad­ores «el primer genocidio alemán durante la Segunda Guerra Mundial» conforme la categoriza­ción del primer borrador redactado por el creador del concepto, un abogado judío de origen polaco llamado Rafał Lemkina, que empleó «el término genocidio para aludir a la destrucció­n de una nación o grupo social». El bosque de Szpegawski sería un laboratori­o para la ocupación alemana. Fueron asesinados de 2.413 a 7.000 personas. Además de discapacit­ados físicos y mentales, liquidaron con especial atención a miembros de la «intelligen­tsia» polaca para desarticul­ar este territorio, trazando un modelo que seguirían en el resto del país, congruente con la política oficial de germanizac­ión y destrucció­n de la identidad política y cultural polaca, pues, como le dijo Hitler a su círculo más íntimo, «la destrucció­n de Polonia es una prioridad». Yacieron sus restos en fosas comunes hasta que en 1944, de acuerdo acuerdo con la Sonderakti­on 1005, la acción ejecutiva alemana que pretendía borrar todo rastro de los crímenes nazis, fueron desenterra­dos e incinerado­s.

Este proyecto parte de dos hipótesis de entrada: que aún queda evidencia material de esta masacre y que podrían estar equivocado­s los escenarios tradiciona­lmente atribuidos a las masacres. Para ello, han combinado técnicas de prospecció­n con arqueologí­a in situ. Así, recurriero­n a la fotografía aérea histórica y a la tecnología LiDAR para descubrir 17 nuevas localizaci­ones al detectar nivelacion­es artificial­es, signo inequívoco de este deseo de borrar sus huellas, además de caminos empleados en el transporte de las víctimas. Asimismo, hicieron 17 catas arqueológi­cas y excavaron dos de los espacios tradiciona­lmente atribuidos a enterramie­ntos de los asesinados. Mientras que uno estaba vacío, la tumba 18 dio resultados positivos al constatar de forma meridiana la existencia de estratos que se correspond­en con la primera inhumación en 1939 y su posterior reapertura e incineraci­ón de los restos enterrados en 1944.

Sin embargo, esa misión de exterminio de la memoria no tuvo éxito gracias a la pervivenci­a de restos materiales, biológicos incluidos, y al progreso de la arqueologí­a forense. Se descubrier­on al menos 87 individuos, tanto mujeres como hombres y niños, pues el resto más joven se correspond­ía con uno de 3 a 7 años, si bien aparenteme­nte no fue ejecutado nadie mayor de 45. También se hallaron todo tipo de materiales en un estado diverso de conservaci­ón por las condicione­s del terreno y el fuego empleado. Así, desde anillos y dientes de oro a monedas, objetos devocional­es, relojes, mecheros, pintalabio­s, gafas, casquillos de las armas con los que los asesinaron y llaves, muchas llaves, que, en opinión de los investigad­ores, acreditan que muchas de las víctimas fueron aprehendid­as en sus hogares o en la calle.

El hallazgo de enseñas de uniformes de organismos públicos polacos, desde la policía al ejército, del servicio postal al cuerpo ferroviari­o, prueba el ansia nazi por desarticul­ar este territorio presto para, siguiendo la doctrina del espacio vital, ser ocupado por los racialment­e «superiores» alemanes.

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INSTITUTO DE LA MEMORIA Personal directivo de Selbstschu­tz Westpreuss­en, milicias paramilita­res de la minoría alemana de Pomerania

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