La prodigiosa vida de un jardín romano
La capital del imperio estaba llena de suntuosos espacios verdes: por primera vez, un estudio de arqueobotánica desentraña sus secretos y características
Indiscutiblemente,Indiscutiblemente, Roma fue la gran ciudad del mundo antiguo por su tamaño, número de habitantes, proverbial riqueza y majestuosidad. Suetonio recogió un célebre aforismo del mismísimo Augusto que así lo resalta: «Recibí una Roma de ladrillo que dejé cubierta de mármol», siendo una imagen que ha hecho suya el imaginario del cine y la televisión. Sin embargo, pese a sus magníficos templos y palacios, sus sobrepoblados barrios, sus foros llenos de vida y sus mil diversiones propias de la vida urbana, también era una ciudad verde. Así, se encontraban jardines de mayor o menor tamaño por doquier. En las «insulae», los bloques de viviendas donde residían los más desfavorecidos, se encontraban plantas cultivadas en sus exiguos patios y en los quicios de las ventanas, mientras que los más pudientes disfrutaban de más amplios jardines en los peristilos de sus «domus» e incluso en los tejados. En un principio, estaban destinados al cultivo de productos útiles por su valor alimenticio o médico y, de hecho, la palabra utilizada para jardín era hortus, huerto, pero conforme Roma se fue enriqueciendo, merced a la influencia griega y oriental, cada vez fue más importante su valor estético. Así, encontramos a figuras como Agripa, Salustio, Pompeyo y muchos otros que impulsaron enormes vergeles que reflejaban su poderío social y económico, estando algunos incluso abiertos al público. Allí, Priapo ofrecía su protección contra pájaros y ladrones, pues, como dijera en una sátira Horacio, «los tienen a raya […] la bermeja estaca que sale de mi indecente entrepierna».
En torno a uno de estos lujosos jardines ornamentales de la élite discurre el sugestivo estudio «The first extensive study of an Imperial Roman Garden in the city of Rome: the Horti Lamiani» publicado en «Vegetation History and Archaeobotany». Es un trabajo colectivo encabezado por Alessia Masi, de la Universidad de La Sapienza, y Cristiano Vignola, investigador del alemán Instituto Max Planck de Geoantropología, que constituye el primer análisis integral arqueobotánico de un jardín de la antigua Roma. En concreto, de los de Lamia (horti Lamiani), una residencia de lujo creada por Lucio Elio Lamia, cónsul del año 3 d.C., situada en el Esquilino, bajo la actual plaza Vittorio Emmanuelle II. Emplazado a las afueras de Roma, fue durante la república romana un espacio funerario y agrícola hasta que, a mediados del siglo II a.C., pasó a ser cantera de ceniza puzolánica, un material silíceo de origen volcánico empleado por los romanos en su célebre cemento antes de ser abandonado. Se reconvirtió en época augustea en jardín al aterrazarse los restos de la antigua mina, pasando a ser propiedad imperial tras regalársela su dueño a Tiberio. Allí residió Calígula y, una vez muerto, estuvo enterrado. Desapareció a comienzos del III, cuando fue sustituido por un patio y el ninfeo de Alejandro Severo.
Ingeniería y decoración
En su etapa como jardín se aprecian cuatro fases diferentes donde se sucedieron las modificaciones del diseño, tanto de la distribución de los elementos vegetales como de los mecanismos de irrigación y de los riquísimos elementos arquitectónicos y artísticos que lo caracterizaban. Este interesante artículo de arqueobotánica analiza tanto los macrofósiles vegetales como frutas o semillas como los pólenes hallados en los rellenos de las «ollae perforatae», es decir, macetas, así como de ánforas rotas empleadas para albergar flores además de otras muestras procedentes de canalizaciones de drenaje.
Este sugestivo artículo contribuye a conocer en más profundidad el «ars topiaria», o jardinería romana, en un espacio lujosísimo, pues ha permitido encontrar una gran variedad de árboles y arbustos de todo tipo, plantas herbáceas y flores, manipulados por unos habilidosos «topiarii» que diseñaron ingeniosos espacios, desde recreaciones de la naturaleza salvaje hasta secciones puramente decorativas y cultivos de plantas, árboles y arbustos productores de frutos aptos para el consumo. Como señala el artículo, «lo que se aprecia no es un paisaje meramente salvaje e ingobernable sino más bien un espacio organizado y productivo con un concierto cuidadoso de plantas ornamentales y elementos arquitectónicos». De tal manera, constatan la existencia de setos ornamentales recortados, así como de plantas herbáceas como gramíneas, habas y ortigas. Y de árboles, desde diversos tipos de robles y fresnos a acacias, almeces, abetos, fresnos, carpes, hayas, álamos, tejos, ostrias y olmos pasando por frutales como nogales, castaños, manzanos, perales, pinos piñoneros, algarrobos, olivos o avellanos, algunos de ellos miniaturizados, es decir, bonsáis, cuya técnica fue traída desde China. En definitiva, una majestuosa combinación de destreza y gusto exquisito al alcance de muy pocos.