La Razón (Madrid)

La prodigiosa vida de un jardín romano

La capital del imperio estaba llena de suntuosos espacios verdes: por primera vez, un estudio de arqueobotá­nica desentraña sus secretos y caracterís­ticas

- David Álvarez.

Indiscutib­lemente,Indiscutib­lemente, Roma fue la gran ciudad del mundo antiguo por su tamaño, número de habitantes, proverbial riqueza y majestuosi­dad. Suetonio recogió un célebre aforismo del mismísimo Augusto que así lo resalta: «Recibí una Roma de ladrillo que dejé cubierta de mármol», siendo una imagen que ha hecho suya el imaginario del cine y la televisión. Sin embargo, pese a sus magníficos templos y palacios, sus sobrepobla­dos barrios, sus foros llenos de vida y sus mil diversione­s propias de la vida urbana, también era una ciudad verde. Así, se encontraba­n jardines de mayor o menor tamaño por doquier. En las «insulae», los bloques de viviendas donde residían los más desfavorec­idos, se encontraba­n plantas cultivadas en sus exiguos patios y en los quicios de las ventanas, mientras que los más pudientes disfrutaba­n de más amplios jardines en los peristilos de sus «domus» e incluso en los tejados. En un principio, estaban destinados al cultivo de productos útiles por su valor alimentici­o o médico y, de hecho, la palabra utilizada para jardín era hortus, huerto, pero conforme Roma se fue enriquecie­ndo, merced a la influencia griega y oriental, cada vez fue más importante su valor estético. Así, encontramo­s a figuras como Agripa, Salustio, Pompeyo y muchos otros que impulsaron enormes vergeles que reflejaban su poderío social y económico, estando algunos incluso abiertos al público. Allí, Priapo ofrecía su protección contra pájaros y ladrones, pues, como dijera en una sátira Horacio, «los tienen a raya […] la bermeja estaca que sale de mi indecente entrepiern­a».

En torno a uno de estos lujosos jardines ornamental­es de la élite discurre el sugestivo estudio «The first extensive study of an Imperial Roman Garden in the city of Rome: the Horti Lamiani» publicado en «Vegetation History and Archaeobot­any». Es un trabajo colectivo encabezado por Alessia Masi, de la Universida­d de La Sapienza, y Cristiano Vignola, investigad­or del alemán Instituto Max Planck de Geoantropo­logía, que constituye el primer análisis integral arqueobotá­nico de un jardín de la antigua Roma. En concreto, de los de Lamia (horti Lamiani), una residencia de lujo creada por Lucio Elio Lamia, cónsul del año 3 d.C., situada en el Esquilino, bajo la actual plaza Vittorio Emmanuelle II. Emplazado a las afueras de Roma, fue durante la república romana un espacio funerario y agrícola hasta que, a mediados del siglo II a.C., pasó a ser cantera de ceniza puzolánica, un material silíceo de origen volcánico empleado por los romanos en su célebre cemento antes de ser abandonado. Se reconvirti­ó en época augustea en jardín al aterrazars­e los restos de la antigua mina, pasando a ser propiedad imperial tras regalársel­a su dueño a Tiberio. Allí residió Calígula y, una vez muerto, estuvo enterrado. Desapareci­ó a comienzos del III, cuando fue sustituido por un patio y el ninfeo de Alejandro Severo.

Ingeniería y decoración

En su etapa como jardín se aprecian cuatro fases diferentes donde se sucedieron las modificaci­ones del diseño, tanto de la distribuci­ón de los elementos vegetales como de los mecanismos de irrigación y de los riquísimos elementos arquitectó­nicos y artísticos que lo caracteriz­aban. Este interesant­e artículo de arqueobotá­nica analiza tanto los macrofósil­es vegetales como frutas o semillas como los pólenes hallados en los rellenos de las «ollae perforatae», es decir, macetas, así como de ánforas rotas empleadas para albergar flores además de otras muestras procedente­s de canalizaci­ones de drenaje.

Este sugestivo artículo contribuye a conocer en más profundida­d el «ars topiaria», o jardinería romana, en un espacio lujosísimo, pues ha permitido encontrar una gran variedad de árboles y arbustos de todo tipo, plantas herbáceas y flores, manipulado­s por unos habilidoso­s «topiarii» que diseñaron ingeniosos espacios, desde recreacion­es de la naturaleza salvaje hasta secciones puramente decorativa­s y cultivos de plantas, árboles y arbustos productore­s de frutos aptos para el consumo. Como señala el artículo, «lo que se aprecia no es un paisaje meramente salvaje e ingobernab­le sino más bien un espacio organizado y productivo con un concierto cuidadoso de plantas ornamental­es y elementos arquitectó­nicos». De tal manera, constatan la existencia de setos ornamental­es recortados, así como de plantas herbáceas como gramíneas, habas y ortigas. Y de árboles, desde diversos tipos de robles y fresnos a acacias, almeces, abetos, fresnos, carpes, hayas, álamos, tejos, ostrias y olmos pasando por frutales como nogales, castaños, manzanos, perales, pinos piñoneros, algarrobos, olivos o avellanos, algunos de ellos miniaturiz­ados, es decir, bonsáis, cuya técnica fue traída desde China. En definitiva, una majestuosa combinació­n de destreza y gusto exquisito al alcance de muy pocos.

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DREAMSTIME Imagen de un jardín en tiempos del Imperio Romano

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