La Razón (Madrid)

«El Estado soy yo»

► Llegó como una especie de esperanza blanca después de Zapatero, pero ha abandonado la socialdemo­cracia por el populismo radical

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NadieNadie como él implantó el fervoroso culto al líder. Frío, ególatra, con un sentido patrimonia­l del Estado y obsesionad­o hasta el paroxismo por el poder. El perfil de Pedro Sánchez PérezCaste­jón es claramente el de un narcisista sin medida, un caudillo indiscutib­le al que idolatran los suyos, algunos de los cuales le defenestra­ron como secretario general del PSOE pero luego, cuando resucitó de las cenizas por la militancia, engrosaron el club de los serviles a costa del erario público. Nadie puede dudar que el líder socialista ha practicado un exclusivo estilo de hacer política. Ha abandonado la socialdemo­cracia por el populismo radical, se ha vendido a los comunistas a quienes otorgó asientos en su Gobierno, ha mantenido una rendición sin precedente­s ante los independen­tistas y filoetarra­s sin importarle trocear España, ha invadido el Poder Judicial, ha despreciad­o a los periodista­s críticos, ha colonizado las institucio­nes, ha destrozado los pilares de una economía moderada con una salvaje fiscalidad, ha exhibido las mayores cifras de paro de toda Europa y se ha alineado alineado en política exterior con las dictaduras latinoamer­icanas y teocrática­s islamistas. En resumen, un izquierdis­ta en estado puro, un presidente agarrado a la silla para mantener el poder a toda costa. Un profesiona­l del orden y mando sin atisbo de crítica o discusión.

Curiosamen­te, cuando llegó al liderazgo del PSOE se le definía como un joven formado, moderado y sin pasado contaminad­o. Eran las mejores credencial­es de un diputado, Pedro Sánchez Pérez-Castejón, desconocid­o para la mayoría, aunque ya bien conectado en la sombra con las Federacion­es del PSOE. «Se las sabe todas en Economía y se está pateando el partido», aseguraban entonces parlamenta­rios socialista­s, intelectua­les y economista­s, muy críticos con Alfredo Pérez Rubalcaba, que ya había tocado techo en todas las encuestas.

Pedro era el diamante en bruto, una especie de esperanza blanca después de José Luis Rodríguez Zapatero. Muy poca gente lo sabe, pero el nombre de Pedro empezó a ser importante en una cena discreta de Felipe González con un grupo de destacados empresario­s del Ibex. «Esta vez espero no equivocarm­e», les dijo Felipe a un elitista grupo empresaria­l. A la vista está el resultado, porque la presidenci­a de Sánchez está siendo nefasta y sus legislatur­as, las más broncas y frágiles de la democracia. Pero su ego desmedido, su osadía sin límites, le han llevado a ejercer el poder con aquel lema de Luis XIV, el Rey Sol: «El Estado soy yo». Y llegó a la Secretaría General del PSOE un madrileño que estudió en el Instituto Ramiro de Maeztu y en la Universida­d Complutens­e, apasionado de la Generación del 98 y la Institució­n Libre de Enseñanza, profesor de Estructura e Historia del Pensamient­o Económico. Admirador desde niño de la Revolución Francesa y la Ilustració­n, con estudios en Economía y Política Monetaria Europea en la Universida­d de Bruselas, lo que le permite dominar varios idiomas. «Un guaperas que deberá demostrar algo más», decían algunos diputados socialista­s, en su día críticos hacia Pedro Sánchez, sobre todo en el grupo aglutinado en torno a Eduardo Madina, el vasco herido por ETA, que rivalizó con Sánchez y perdió en el Congreso del partido. Pedro compaginó su vida política con el ámbito universita­rio y varios cargos en la UE. Fue asesor del Parlamento Europeo y jefe de gabinete del Alto Representa­nte de Naciones Unidas en Bosnia. Ya en España, concejal del Ayuntamien­to de Madrid, donde se decantó por Trinidad Jiménez en su pugna con el díscolo Tomás Gómez. Decían de él que era un político valiente y de savia nueva. Cuando le echaron del liderazgo del partido y dejó su escaño en el Congreso, se metió en su coche de toda la vida, recorrió España entera, encandiló a la militancia y venció a Susana Díaz. Él solito contra el poderoso aparato del partido.

Tras la moción de censura que expulsó a Mariano Rajoy, la transforma­ción de Pedro fue vertiginos­a. Se entregó a los radicales de Podemos y a los separatist­as para mantener el poder como fuera, ejerció un control férreo del PSOE, al que ya solo le queda la «S» de Sánchez, y ejecutó un cordón sanitario contra el PP con el único discurso de frenar a la derecha y la ultraderec­ha, la «fachosfera», palabra acuñada por él. Mantiene un lenguaje guerracivi­lista y una obsesión patológica por seguir en La Moncloa.

Su mujer, Begoña Gómez, siempre su gran confidente y compañera, es ahora, por ironías del destino, el pilar de sus males. Pedro Sánchez, un día la esperanza blanca, ha convertido al Gobierno y al PSOE en una organizaci­ón dictatoria­l, bananera y devota hacia su persona.

Nadie puede dudar que el líder socialista practica un exclusivo estilo de hacer política

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ALEJANDRO OLEA En Ferraz, tras las elecciones de abril de 2019
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ALBERTO R. ROLDÁN En 2018 se convirtió en presidente tras la moción de censura a Rajoy
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ALBERTO R. ROLDÁN Sánchez, el día que entregó su acta de diputado en octubre de 2016
 ?? ALBERTO R. ROLDÁN ?? Sánchez e Iglesias, tras firmar el «pacto del abrazo» en 2019
ALBERTO R. ROLDÁN Sánchez e Iglesias, tras firmar el «pacto del abrazo» en 2019
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Pilar Ferrer

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