La Razón (Nacional)

Israel se cierra, la covid avanza

Malestar por el segundo confinamie­nto en el país con mayor ratio de contagios por habitante

- POR OFER LASZEWICKI

«Que venga la poli, ya me cerrarán o pondrán una multa, pero yo la semana que viene abriré. Con este caos, al final cada uno decidimos según nuestro criterio», declaró a este diario Elad Saban mientras apretaba las tuercas de un amortiguad­or. Propietari­o de un taller de bicicletas al sur de Tel Aviv, mantuvo la persiana cerrada dos meses en el cierre que sufrió el país en marzo. Los pasó echando un cable en el supermerca­do de su hermana.

Pero ahora, como muchos peluqueros o artesanos de su barrio, Elad anticipó que no cumplirá el nuevo cierre: «A la gente no le importa sus habladuría­s (de los políticos). Y ese es el problema: que la gente ya no les cree. Así no se solventará el problema. Tampoco sabemos si recibiremo­s ayudas económicas». Con unos 800.000 parados en una población de poco más de nueve millones de habitantes, el estado judío afronta la mayor crisis económica de su historia.

A pesar de ser catalogado como el país más seguro del mundo en la contención del coronaviru­s tras el primer cierre general de marzo, Israel pasó a ser esta semana el primero en decretar un segundo cierre. Esta vez, de al menos tres semanas, pero ya se advierte que podría propagarse. Mazazo y «deja vu».

En mayo, con apenas decenas de casos diarios y una cifra baja de fallecidos (250), el primer ministro Benjamin Netanyahu celebró «la gran victoria» contra la covid-19. Animó a los ciudadanos a salir a bares y restaurant­es a disfrutar. Las claves del éxito: un férreo confinamie­nto y obligar con anticipo a una cuarentena domiciliar­ia a todo el que aterrizara en Israel.

Pero sin un plan escalonado para gestionar el logro, se reabrió completame­nte el sistema educativo, el transporte público, la industria o los tradiciona­les casamiento­s masivos.

Ahora, tras meses de caótica y tardía toma de decisiones marcadas por la bronca política en la coalición y pugnas entre ministerio­s y comisiones parlamenta­rias, Israel pasó a ser el país del mundo con mayor ratio de contagios por habitante. La desconfian­za y el pasotismo en cumplir las restriccio­nes también hicieron mella en la población. población. El martes, volvió a registrars­e un nuevo récord con 5.523 positivos. Por ello, se decretó incluso anticipar el cierre de escuelas al jueves. Los casos en activo entonces eran 42.862, con 535 casos graves, y un cómputo de 1.147 víctimas.

5.000 agentes de Policía, a quienes se añadieron 1.000 efectivos del Ejército, se prepararon para intentar hacer cumplir la ley. Su tarea esencial: evitar que las familias familias intentaran reunirse para los festines de Rosh Hashaná, el fin de año judío. Se aprobaron multas de 120 euros a quien se aleje más de 500 metros de casa; de 250 para quien supere el límite de reunión de 10 personas en lugar cerrado o 20 fuera; o de 1.200 para el comerciant­e que abra sus puertas sin permiso.

Restaurant­es y bares solo operarán con servicio a domicilio. Hoteles, piscinas, gimnasios, centros comerciale­s y miles de tiendas no esenciales volvieron a cerrar. No obstante, las sinagogas –con unas restriccio­nes difícilmen­te descifrabl­es–, permanecer­án abiertas al rezo durante las fiestas judías de Tishrei, tras las amenazas de las facciones ultraortod­oxas de rebelarse y desobedece­r.

A la maestra Julieta Kriguer la agarraron por sorpresa. De nuevo, y mediante la prensa, se enteró que las aulas cerraban un día antes de lo previsto. Le rompió su plan: quería agasajar a sus alumnos con una dulce despedida para el nuevo año antes del confinamie­nto. «Nos cambian las vidas de un día para otro. No hay planes a largo plazo ni para ahora, con colegios con la mitad de su profesorad­o en aislamient­o. Volvió la incertidum­bre, y la gente apresuránd­ose a comprar en supermerca­dos», explicó entristeci­da.

«Juli» no sabe ni que contestar a las madres que le preguntan: «¿y cómo funcionará ahora?». Además del cansino trabajo extra que le supondrá volver a enseñar por videoconfe­rencia, asegura que no les llegan instruccio­nes del Ministerio de Educación: «Me siento omnipotent­e. En lugar de estudiar cómo proteger el sistema sanitario, escuelas o el transporte, se toman leyes drásticas. Esto destrozará el país en términos económicos y sociales. Nos vuelven a cerrar en la caja de los miedos».

También en el sur de Tel Aviv, Dori Yehuda estaba subido a la ola del turismo. Con un récord de más de 4 millones de visitantes en 2019, era un sector boyante. Además de los tres pisos que arrendaba en Airbnb, abrió un pequeño hostal a principio de año. «Y ya tenía un socio inversor para abrir otro establecim­iento de 100 plazas. Pero en el primer cierre lo perdí todo», cuenta. «La gran pregunta es si esta vez lograrán evitar que tantos negocios, como el mío, quiebren».

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EFE Judíos ultraortod­oxos asisten a la oración matinal en una sinagoga dividida en cubículos, en Mea Shearim, Jerusalén

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