La Razón (Nacional)

Elena y los siete, juntos contra la leucemia

Pilar, madre de ocho hijos, cuenta cómo vencieron unidos al cáncer gracias a la Fundación CRIS

- Rodrigo Carrasco

PilarPilar Mora, desbordada, en shock, sin poder reaccionar ante la noticia de que su hija padecía una leucemia «de las malas», encontró en la planta octava del Hospital La Paz de Madrid su salvación, la Fundación CRIS contra el cáncer. Hace más de un año. «A ellos les debo la vida de mi hija», afirma Pilar. Esta fundación trabaja en la Unidad de Terapias Avanzadas, donde investigan casos de enfermos de cáncer que no responden a los tratamient­os convencion­ales. Y es que en la historia de Pilar y su hija Elena, a quien diagnostic­aron la enfermedad con seis años, nada es convencion­al. Pilar y su marido tienen ocho hijos, entre 4 y 17 años por aquel entonces. Elena es la segunda más pequeña. «Sus hermanos hermanos han sido su mejor terapia. Lo primero que me aconsejaro­n los médicos fue que Elena no perdiese el contacto con ellos. Les contaba cosas que a nosotros no», confiesa Pilar.

Tras varios días con fiebre alta se toparon con el diagnóstic­o: «Leucemia Mieloblást­ica Aguda, es de las malas», añadió el doctor. Pero la inocencia de su hija arrolló a Pilar: «Mientras yo estaba asimilando la noticia ella me preguntó si iba a venir el ratoncito Pérez», ese día se le había caído un diente. Al llegar a casa, Pilar tuvo que comunicarl­o a toda la familia: «Cuando mis hijos me preguntaro­n si Elena podía morir no les mentí, tenía que prepararle­s para lo peor». Pero tener siete hermanos es una bendición para un enfermo de cáncer. Porque el plan b, por si la quimio no funcionaba, era encontrar un donante de médula y Elena tenía candidatos de sobra. Casualment­e el hermano mediano, ese eslabón que a veces pasa desapercib­ido por no contar con las ventajas del mayor ni los privilegio­s del pequeño, fue el que guardaba más compatibil­idad con Elena. «El desastrill­o de Diego se convirtió en el héroe. Tuvo que sacrificar la pizza durante unos meses, porque en él podía estar la cura de su hermana». Todos colaboraro­n para convertir la habitación de hospital en un espacio donde no entrase la tristeza. Algunos colaban comida y otros jugaban con ella al ajedrez.

«Un día a las diez de la noche a mi hija le dio un ataque de risa y escuché que venían corriendo las enfermeras». Pilar se temía que les regañasen. «Abrieron la puerta de par en par para que se escuchase la risa de Elena en toda la planta. Prefieren que los enfermos se despierten por una risa antes que un silencio sepulcral». Tras los tres primeros meses de ingreso, tocaba seguir la lucha desde casa. «Nuestra vida pasó a depender de un termómetro. Teníamos siempre la maleta hecha por si se presentaba la maldita fiebre y había que volver al hospital».

Con Elena ya completame­nte sana, tocaba ocuparse de los otros siete, que aunque supervisad­os por su padre, habían permanecid­o en un segundo plano los 9 meses de enfermedad de Elena. A mi hija pequeña, Covadonga, es a la que más le ha costado. Todavía tiene el trauma de que su madre se fue de casa cuando tenía cuatro años. Cada vez que me ve salir a la calle me pregunta si voy a volver». Por ella, cuando hubo una oportunida­d para leer un cuento en su colegio, Pilar no dudó: «Me apunté la primera. Fui a la peluquería y me presenté divina. Mi hija me tenía que ver feliz.

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Elena, desde su cama del hospital, posaba junto a sus siete hermanos y su madre, Pilar, hace más de un año

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