«QUIÉN VA A REPARAR EL DAÑO PROVOCADO»
P ablo Iglesias disfrutó ayer de una de esas jornadas en las que siente como la locuacidad le brota por todos los poros de su persona. Tras el fallo del Tribunal Supremo sobre el «caso Dina», ya se intuía que los círculos se pondrían manos a la obra con lo que mejor saben hacer, sermonear, manipular, falsear y desacreditar. Los pretorianos respondieron al toque de corneta y cañonearon con bombas sucias al juez García Castellón que junto con el togado Escalonilla son ahora mismo objetivo preferente de las bilis de la ultraizquierda. Si hay algo que le gusta casi más que el traje de vicepresidente al exvecino de Vallecas, es el de víctima. Irene Montero improvisó por su cuenta el recado mediático tras lamascletá judicial :« No hay caso Dina, ha quedado demostrado que el vi ce pre si dentePab lo Iglesias es una víctima de las cloacas del estado, de una mafia criminal, policial, política, mediática que se ha dedicado a subvertir la democracia fabricando pruebas falsas, bulos y atacando a quien consideraba adversarios políticos para intentar que la gente no les votase en unas elecciones». En esto de que los españoles no los tengan entre sus favoritos, se las apañan solos desde hace varios comicios, y si no, está Tezanos para dar el último empujón. Tras la ministra de Igualdad, Iglesias se lamentó sobre «quién va a reparar ahora el daño causado» con «barbaridades» y «acusaciones de delitos terribles». En primer lugar, las puertas de los tribunales están abiertas para que el vicepresidente ejerza las acciones que crea convenientes, como él mismo se encarga de recordar tan a menudo. En segundo, el Supremo no cerró la investigación de Dina, que sigue abierta en la Audiencia Nacional. En tercero, el sollozo público de los padres del escrache, el jarabe democrático, de naturalizar el insulto y la violencia verbal en las redes, resulta hipócrita. En cuanto a confundir un procedimiento judicial en democracia con un albañal, o que un vicepresidente del Ejecutivo se esfuerce en despellejar a otro poder como el judicial, parece natural en quien comparte el gusto por la justicia sumaria y el despotismo.