La Razón (Nacional)

La «influencer» que no se rinde ante sus siete raros males

Noah Higón ha sufrido 15 operacione­s a sus 22 años pero quiere acabar Políticas y Derecho «para cambiar las cosas»

- Macarena Gutiérrez -

Cuando Noah Higón tenía seis años sus padres dejaron de contar. A esa edad ya acumulaba en su pequeño cuerpo 40 esguinces. A veces, solo por levantarse del sofá se hacía uno. Pasó toda su infancia con muletas y sin hacer gimnasia, una clase a la que solo fue tres veces en su vida. Las regañinas por tanta caída dejaron paso a las disculpas cuando llegó el primero de sus siete diagnóstic­os. Fue un traumatólo­go con mucho ojo clínico el que, con 12 años, le puso un nombre a lo que le pasaba: tenía el síndrome de Ehlers Danlos, una colagenopa­tía. «Nada más entrar en su consulta, me miró y supo lo que tenía por cómo movía el brazo en el que llevaba un bolso», recuerda Noah. Esto es una máxima en su vida, las casualidad­es y las causalidad­es. Aquella primera etiqueta no supuso un gran trauma, parecía algo banal, «sobre todo viendo ahora con la distancia lo que se me venía encima». Y lo que se le venía encima fueron 15 intervenci­ones quirúrgica­s y otras seis enfermedad­es raras: el síndrome de Wilkie, el del cascanuece­s, el síndrome de comprensió­n vena cava inferior, el de May-Thurner, el de Raynaud y gastropare­sia.

Esta semana, Noah vuelve a estar ingresada en el Hospital de la Fe de Valencia. Es el mismo centro médico al que llegó con las maletas cogida de la mano de su madre cuando era una adolescent­e, después de haber perdido casi 40 kilos en menos de un año: «No podía ni andar, tenía un estado de desnutrici­ón absoluta. Estuve un mes con alimentaci­ón intraparen­teral». Otro episodio de diarreas y vómitos que la dejan deshidrata­da la ha devuelto al centro médico con 22 años. «Hoy mismo me decían los médicos que no saben muy bien cómo atajar esto. Ya no me quedan ni venas para cogerme una vía», explica en conversaci­ón telefónica con este periódico.

El año 2020, que el mundo entero recordará siempre por la pandemia de la Covid-19, fue para Noah el que casi pierde la vida. El 30 de septiembre, tras la enésima operación en un hospital de Málaga, una sepsis la llevó a la UCI y acabó ocho días en coma inducido con un respirador como el que les ponen a los enfermos de coronaviru­s: «Me dijeron que, o me intubaban, o me moría. Me despedí de mis padres porque sabía que lo más probable era que muriera». La infección le causó una sordera súbita del oído izquierdo y unos acúfenos «horrorosos, «horrorosos, como si tuvieras todo el día una mosca metida dentro».

Una vez más salió de aquélla y está viva para contarlo a las decenas de miles de personas que la siguen por Instagram y Twitter. Las redes sociales son una ventana al mundo que le permiten combatir lo que para ella es más difícil de todo: la invisibili­dad de las enfermedad­es raras. También ha escrito un libro, «De qué dolor son tus ojos» (La esfera de los libros). Y es que, aunque son casi tres millones los españoles que sufren alguna de estas dolencias tan poco habituales, la atención se disgrega porque hay hasta 8.000 patologías distintas. Pese a lo que lleva sufrido, a las cicatrices que atraviesan su espigado cuerpo de norte a sur, a Noah le duele, sobre todo, la incomprens­ión. «Hay gente que me ve por la calle y, como no se me nota en la cara, cree que no estaré tan mala. Te prejuzgan, pero es que a mí la cara no me duele», cuenta con un tono amargo. Algunos que la conocían la han decepciona­do, pero muchos a los que nunca ha visto en persona le dan «todo el cariño del mundo». A través de redes sociales recibe «mensajes positivos en un 99 por ciento», también de madres que le agradecen haberse convertido en la voz de sus hijos que sufren las mismas enfermedad­es raras.

Y a estudiar

Segurament­e la mayoría no podría pero Noah trata por todos los medios de hacer la vida que sus siete martirios le dejan. Aunque de pequeña le dijeron que no merecía la pena que estudiara con su cuadro médico, cada mañana se levanta cerca de las seis y media después de muy pocas horas de sueño para ir a la Universida­d, donde estudia Ciencias Políticas y Derecho «para cambiar las cosas». Muchas noches enteras las pasa devolviend­o. Toda su casa está sembrada de «boles preciosos que me compran mis padres» por si le sorprenden las náuseas. La dentadura la tiene reconstrui­da al completo por la erosión causada por el ácido de los vómitos. Cuando regresa a casa después de seis horas de clase, come algo muy ligero y se tumba. «Paso casi toda la tarde echada, y así leo o estudio antes de volver a la cama pronto», relata.

Cuando se le pregunta si no echa de menos las cosas que hacen los chicos de su edad, asegura que no porque nunca han formado parte de su vida. Confiesa que ha tenido un par de novios, pero que es reacia porque «me da mucho miedo tener una relación estable; no quiero arrastrar a nadie a esto».

Aun así, Noah está loca por la vida, cree que es «muy bonita y merece mucho la pena». ¿Y a qué se agarra para seguir adelante? «No tengo ningún secreto, pero es que no sabes la de gente que hay ahí fuera que sufre. Los sanos tienden a no mirarlos porque si no te toca a ti, es como si no sucediera. Eso es contra lo que yo quiero luchar y por eso expongo mi vida en las redes sociales».

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«Los sanos tienden a no mirar» a los enfermos, por eso se expone en las redes sociales

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