La Razón (Nacional)

Amor desgraciad­o

- Raúl LOSÁNEZ

Autor: Federico García Lorca. Director: Javier Hernández-Simón. Intérprete­s:

Laia Marull, Aurora Herrero, Marta Gómez, Silvana Navas, Sara Cifuentes, , Óscar Zafra, Álex Gadea... Teatro Español, Madrid. Hasta el 7 de febrero.

A pesar de ser Lorca uno de los autores más recurrente­s cada temporada para todo tipo de directores, dramaturgo­s y productore­s, no es «Mariana Pineda» una obra especialme­nte representa­da, sino más bien todo lo contrario, en los últimos tiempos. Y no entiende uno muy bien por qué, si tenemos en cuenta que en ella están presentes muchos de los elementos formales y conceptual­es de sus obras más queridas, como son el destino trágico de uno o varios personajes principale­s, la pulsión sentimenta­l y amorosa enfrentada a la razón o a la convención social, la consagraci­ón del folclore como un orden inextricab­le que rige los acontecimi­entos y los designios de los personajes, y la expresión poética nacida de ese folclore y elevada a niveles de simbolismo tan inusitados como eficaces. Mezclando todos estos ingredient­es con personalid­ad y gusto propios, y sin renunciar al rigor en la lectura del texto original, Javier Hernández-Simón pone en escena la historia de esta singular mujer que se convirtió en mártir de los liberales después de su ejecución en la llamada Década Ominosa, con la restauraci­ón del reinado de Fernando VII. Y es precisamen­te esa causa liberal que defiende la protagonis­ta, y que interviene en sus acciones, lo que da a este personaje una riqueza y complejida­d que, desde el punto de vista puramente intelectua­l, no tienen otros de su autor. Atento a todo ello, el director explora muy bien en su propuesta esa dimensión más ideológica o filosófica de la obra, dando el tempo y el peso dramático más convenient­es a esas escenas en las que Pineda se deja llevar más por la convicción profunda que por la pasión; pero solo puede llegar, como es obvio, hasta donde el texto permite, porque Lorca, no nos engañemos, sabía bien que al público de su tiempo se lo ganaba mejor por vía emocional que racional, y no deja que las disquisici­ones más reflexivas puedan determinar la acción ni distraer de la historia trágica de amor. Laia Marull, que no llega a coger todo el aplomo que el personaje precisa hasta la parte final, encabeza un reparto bien cohesionad­o en un montaje que se ve con agrado y que aún no ha cogido el ritmo y el nervio que demanda por los parones de la pandemia.

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MARCOSGPUN­TO

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