SIN CARNAVAL, PERO CON MÁSCARAS
DicenDicen que el Carnaval de Venecia ofrecía a la gente de bien, pudiente, la posibilidad de mezclarse con la plebe y dar rienda suelta a los instintos. La máscara protegía el buen nombre y los pobres jugaban a las burlas y a las adivinanzas. Será. Pero desde la Ilustración y hasta que llegó Napoleón y Europa, la nuestra, se dejó avasallar por la moralina de las buenas costumbres, ese «me too» presentido, la ciudad de los canales reverdecía oropeles y se convertía durante semanas, incluso, meses, en un escenario global que atraía a las grandes fortunas de la época. Teatro, música, títeres, rasos y sedas, máscaras blancas, fiestas y desfiles hacían olvidar la decadencia política y económica de la que fuera gran potencia. El Carnaval retornó ayer, como quien dice, en la década de los 80 del pasado siglo, pero ya de la mano del turismo de masas, con sus vecinos convertidos en figurantes, al modo que algunas tribus amazónicas truecan los vaqueros y las camisetas del Barça cuando toca actuar. Este año no habrá más máscaras que las sanitarias ni las góndolas transportarán turistas ni los restaurantes se engalanarán ni tocaremos sombreros de tres picos. Venecia, bajo el peso de trescientos mil contagios y más de nueve mil muertos, sigue el camino de otras ciudades de ferias y echa el cierre. Eso sí, el Gran Canal, nos ofrece una estampa insólita, que nos evoca a la Serenísima señora, perla en el Adriático.