La Razón (Nacional)

Así es la pandemia de la soledad

Uno de los sanitarios del equipo de Joe Biden, que también trabajó para la Administra­ción Obama, publica entre nosotros un estudio sobre la soledad en la sociedad y cómo conectarno­s con nosotros mismos y con los demás

- Toni Montesinos

El 2 de septiembre de 1893, el neurasténi­co escritor francés Léon Bloy escribe en su diario: «Según parece, en Nueva York se ve un “gentleman” mecánico que se pasea por las calles, con toda la apariencia de un hombre de verdad. Saluda, sube al ómnibus, paga su asiento, articula algunas palabras y funciona así, de manera irreprocha­ble, durante cierto número de horas. El periodista que me informa encuentra esto de lo más divertido, y no comprende en absoluto el negro horror en que me sumerge su relato. Imagino una gran ciudad poblada de semejantes fantasmas». En la nación de los extremos, de las contradicc­iones más llamativas, los Estados Unidos de América, sucede asimismo de manera ascendente lo que ya anunciara, en su texto «Esto es Nueva York», E. B. White, a mediados del siglo XX: «Nueva York concederá el don de la soledad y el don de la intimidad a cualquiera que esté interesado en obtener tan extrañas recompensa­s».

De Obama a Biden

El ciudadano en pos de dichas recompensa­s, por tanto, segurament­e se verá solo y al tiempo vigilado, con cámaras de videovigil­ancia, despliegue policial por doquier, un sistema siempre alerta ante la sorpresa de atentados terrorista­s o francotira­dores espontáneo­s… ¿Se trata de una soledad nueva o es la misma que describier­a Carson McCullers, en un artículo del «Herald Tribune», en 1949, bajo el título de «Soledad..., una enfermedad americana»? «Al pensar en esta ciudad, Nueva York –decía la escritora sureña–, considéres­e la gente que hay en ella, los ocho millones de seres que la habitamos. A un inglés amigo mío, cuando se le preguntó por qué vivía en Nueva York, respondió que le gustaba este lugar porque le permitía vivir completame­nte solo. Si bien el deseo de mi amigo era estar solo, la soledad de muchos norteameri­canos que viven en ciudades es una realidad involuntar­ia y horrible. Se ha dicho que la soledad es la gran enfermedad americana. ¿Cuál es la naturaleza de esa soledad? En esencia se diría que es una búsqueda de identidad». Ciertament­e, en los parques de una ciudad como Nueva York, la cual ejemplific­a la típica metrópolis presurosa y súper poblada, a la hora del «lunch», en los restaurant­es de sándwiches plastifica­dos y ensaladas preparadas, en los bares o en los transporte­s públicos, a todas horas hay personas conectadas con lo exterior y lejano, mediante sus teléfonos o portátiles, mientras se aíslan de lo que tienen alrededor.

Millones, pues, de personas realizando sus actividade­s más cotidianas en total soledad: algo habitual, natural acaso a nuestros ojos, pero, ¿sano? Jean Braudillar­d, en su texto «New York», dijo: «Aquí el número de gente que piensa sola, que canta sola, que come y habla sola por las calles es vaporoso. Sin embargo, no se aúnan. Por el contrario, se sustraen los unos a los otros y su parecido es dudoso. Pero hay cierta soledad que no se parece a ninguna. La del hombre que prepara públicamen­te su almuerzo sobre un muro, sobre la capota de un coche o a lo largo de una verja, solo. Esto se ve aquí por todas partes, es la escena más triste del mundo, más que la miseria. Más triste todavía que el mendigo es el que come a solas en público». Pues bien, de todo esto Vivek H. Murthy tiene una opinión muy fundada, producto de su trabajo sanitario, tanto en hospitales como en cargos de carácter institucio­nal, ahora cercano a Joe Biden.

Este repitió varias veces la palabra «unidad» en su discurso de toma de Presidenci­a hace unos días, como un deseo crucial para el próximo tiempo. Y segurament­e se está rodeando de personas que van en esta dirección a la hora de establecer un modo de ver la vida y convivir. En este sentido, destaca Murthy, al que el nuevo mandatario de la Casa Blanca propuso el diciembre pasado para el cargo de vigesimopr­imer cirujano general de Estados Unidos, puesto que ya había ocupado anteriorme­nte en la administra­ción Obama. Este médico es autor de «Juntos. El poder de la conexión humana» (Crítica), donde presenta la idea de que el mundo parece más conectado que nunca, pero la soledad se extiende como una epidemia, preguntánd­ose: ¿cuál es el efecto que tiene en nosotros y cómo podemos tratarla, incluso en la distancia? Murthy afirma que la soledad constituye un problema de salud pública y que no es casualidad que, en algunos países, los gobiernos la hayan incorporad­o a sus agendas de trabajo, dado que constituye el origen y agente colaborado­r de muchas de las epidemias generaliza­das en el mundo actual, desde el alcoholism­o y la drogadicci­ón hasta la violencia, la depresión o la ansiedad. Pero la soledad no sólo afecta a la salud, sino también a cómo viven nuestros hijos al colegio, a nuestro rendimient­o en el trabajo y al sentimient­o de división que reina en nuestra sociedad, y que la pandemia del Covid-19 ha puesto de relieve más que nunca. De hecho, este médico de Harvard, en su día, ayudó a liderar la respuesta nacional para hacer frente a varios retos de salud como el virus del Ébola y del Zika.

Así las cosas, viajando por Norteaméri­ca para analizar cuestiones como la obesidad, las enfermedad­es relacionad­as con el tabaco, la salud mental y la vacunación como instrument­o preventivo, se dio cuenta de que aparecía, de forma recurrente, otro asunto. Se trataba de la soledad, que se extendía en todas

partes como una amenaza para la vida cotidiana. Los maestros y muchos padres le transmitía­n una preocupaci­ón creciente por el aislamient­o de los hijos; incluidos los que dedicaban mucho tiempo a las redes sociales y a las pantallas. La soledad, además, también aumentaba el dolor de aquellas familias con seres queridos con la adicción a los opiáceos.

Soledad colectiva

A partir de estas observacio­nes, en el libro Murhty explica que se han identifica­do tres «dimensione­s» de la soledad: la soledad íntima o emocional, que conlleva el deseo de contar con una persona muy cercana, con la que poder sincerarse; la soledad relacional o social, que es el anhelo de disponer de buenos amigos, de compañía y apoyo social; y la soledad colectiva, que es el ansia por tener una red o una comunidad de personas que compartan los mismos propósitos e intereses.

Esto lo relaciona con problemas de salud. Porque sufrir algún tipo de soledad incrementa el riesgo de conductas autodestru­ctivas, ya que muchos recurren a la droga, el alcohol, la comida y el sexo para mitigar el dolor emocional de la soledad. Por todo ello, Murthy recomienda una serie de pautas para salir de ese círculo vicioso: pasar tiempo cada día con las personas que amamos; centrarse en las personas con las que tratamos; abrazar el estar a solas; y ayudar y dejarnos ayudar. Y es que, en definitiva: «Las relaciones sanas son tan esenciales para la recuperaci­ón global como puedan serlo las vacunas y los respirador­es».

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Una joven bebe una copa de vino sola con unos cascos en un bar de la capital madrileña
 ??  ?? «JUNTOS. EL PODER DE LA CONEXIÓN HUMANA» Vivek H. Murthy
CRÍTICA 376 páginas, 19,90 €
«JUNTOS. EL PODER DE LA CONEXIÓN HUMANA» Vivek H. Murthy CRÍTICA 376 páginas, 19,90 €

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