La Razón (Nacional)

«Siegfried» en el Teatro Real

- Gonzalo Alonso

No resulta cómodo escribir este artículo. No lo es porque es admirable el esfuerzo que está realizando desde hace meses el Teatro Real para sobre imponerse a la pandemia. Valerosame­nte se atrevió a volver a la actividad el pasado septiembre con «Traviata» y ha continuado después con «Ballo in maschera», «El nacimiento del Rey Sol», «Rusalka», «Don Giovanni», «Marie» en la Abadia y «Elektra» cuando los teatros de toda Europa estaban cerrados a cal y canto, ofreciendo sólo streamings. Sin duda algo digno de admiración y por lo que se habla de España en todo el mundo musical. Sin embargo, el caso de «Siegfried» es distinto y merece una considerac­ión especial. Estoy seguro que en el equipo del teatro no ha sucedido lo que a Elena Salgado con el «Parsifal» con el que quiso reabrir el Real en 1997. Yo, que figuraba entonces en la comisión ejecutiva de la fundación, le pregunté si se había percatado de su inadecuada duración para una ocasión que iba a ser un acontecimi­ento social presidido por los Reyes. Me contestó que naturalmen­te que sí, que era sólo algo más de hora y media. «Eso es lo que dura el primer acto», le respondí. No se reinauguró con «Parsifal». Eso ahora no ha pasado, pero creo que quizá no se ha valorado bien la duración, sólo de música, de las cuatro horas de la tercera jornada del «Anillo» «Anillo» wagneriano. A ellas hay que añadir dos descansos. Casi cinco horas es demasiado tiempo para estar sentados o deambuland­o por el teatro. No ya por la incomodida­d de las mascarilla­s, porque hay mucha gente que se ve obligada a llevarlas en sus profesione­s, aunque también es cierto que no es algo a lo que esté acostumbra­do el público que habitualme­nte acude al Real. Cabe en lo posible que ese público se retraiga y no acuda. Vendrá entonces el asunto de la devolución del importe de las localidade­s, algo que el teatro aún no tiene totalmente resuelto. Pero el problema es otro: ¿realmente no es demasiado arriesgado mantener encerrados a los espectador­es tanto tiempo? ¿Merece la pena? ¿No hay otras alternativ­as? Yo, desde luego, no asumiría tal responsabi­lidad.

Pienso que sí hay alternativ­as y se me ocurren al menos dos al margen de aquella por la que han adoptado muchos teatros realizando las representa­ciones, pero a puerta cerrada y ofreciéndo­las por streaming. La primera sería programar una selección de la ópera y no completa. La segunda, dividirla en tres, programand­o en días sucesivos cada uno de sus actos. En ciudades como Múnich se ha hecho algo así con «Tristan e Isolda», incluso sin existir pandemias. El calendario podría ajustarse, el público y los artistas lo entendería­n y aumentaría la seguridad. Por cierto, no olvidemos que el Palau de les Arts, tras replantear­selo, acaba de anunciar la cancelació­n de su «Tristán». El día 13 es la primera de las representa­ciones. Merece una reflexión y hay tiempo para ella.

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