La Razón (Nacional)

Un despertar de ciencia ficción

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E s como en las películas: un tipo se duerme y despierta en un mundo ajeno. En el fondo es como la historia del Capitán América, solo que Joseph Flavill no tiene escudo ni traje azul ni ha estado en criopreser­vación. Él fue atropellad­o en Burton upon Trent algunos días antes de que el planeta entrara en un confinamie­nto global, un accidente que casi parece el argumento de una narración de ciencia ficción, y ha regresado del abismo del coma para encontrar una sociedad donde las enfermeras llevan trajes Epi, la gente lleva la cara cubierta por ese antifaz higiénico que son las mascarilla­s y sus padres tienen prohibido visitarlo por miedo a contagiarl­o por un virus que parece extraído de una distopía o un filme tipo «Guerra Mundial Z». Si no fuera por la tragedia que atraviesa el chaval, uno estaría tentado de afirmar que debe haber sido el abrir de ojos más alucinante de los tiempos recientes. Y en un crío con 19 tacos encima, todavía más.

Para Joseph Flavill estos once meses de pandemia no han sucedido nunca. Él todavía continúa donde dejó su vida antes de que lo arrollara un automóvil. Probableme­nte, aún recuerde hacia dónde caminaba y con quién iba a quedar y en su mente se dibujen planes que hoy, para la mayoría, traen la nostalgia de una época anterior: ir a la playa, quedar con los colegas para marcarse unas copas, bajarse con un ligue al cine, ir a cenar con unos prendas divertidos del barrio. Cosas comunes, corrientes, eso que se hacía durante la «normalidad», ese periodo que para nosotros queda muy lejano, pero que para él solo fue ayer. Su edad cronológic­a ha avanzado, porque el tiempo es un reloj de arena al que nadie puede dar la vuelta, pero su mente continúa estacionad­a en el chico que era, igual que un autobús al que se le ha reventado el motor. Él sigue apalancado en la misma adolescenc­ia que dejó suspendida cuando se lo llevó por delante un torbellino de hierro y velocidad.

Joseph Flavill debe enfrentars­e a esta realidad con el asombro de un recién nacido. Él no ha adquirido la resilienci­a que las semanas de encierro ha dado a los troncos de su pandilla. No ha visto vacías las calles de su City por la amenaza fantasma del coronaviru­s ni ha sufrido la incompeten­cia general de la política ni ha pasado por ese bombardeo diario de cifras de muertos y de contagiado­s que erosiona la moral y el ánimo. Es probable que incluso eso del teletrabaj­o, que parecía un avance solo al alcance de los suizos, formara parte de una ilusión, como surfear olas de diez metros y disponer de una casa en las islas Fiyi. Ahora tiene que aprender que a los amigos no se les abraza y que una quedada es hablar con Zoom con la peña. Por no saber, ni sabe que ha pasado por la Covid y que se ha reinfectad­o. Todo eso se lo ha perdido. Solo existe un consuelo: por una vez, haber llegado tarde a la fiesta ha tenido sus ventajas.

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Joseph Flavill, el chaval que, once meses después, ha regresado del coma
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