Un homenaje que debe extenderse a todo el año
En la celebración hoy del Día Mundial de la Mujer y la Niña en la Ciencia es importante, sobre todo, encarar los problemas actuales a los que se enfrentan
En 2015, la Asamblea General de Naciones Unidas proclamó el Día Mundial de la Mujer y la Niña en la Ciencia para visibilizar los problemas, tanto históricos como presentes, a los que se han enfrentado las mujeres en ciencia y tecnología. Pocos meses después ya se estaba fraguando una edición en nuestro país, y desde entonces, cada 11 de febrero ha sido un nuevo éxito para el movimiento. Año tras año se han hecho más visibles, incentivando a más instituciones para que participen a través de actividades como charlas, vídeos, talleres y monólogos. Gracias a este movimiento se ha normalizado tratar temas acerca de la discriminación y el público general conoce ahora a más mujeres de la historia de la ciencia que nunca. Sin embargo, hay un doble filo del que debemos cuidarnos.
¿Una obligación?
Siendo claros: el 11 de febrero se ha vuelto, para algunos, una obligación. Muchas instituciones creen realmente en sus valores y se suman con agrado, pero otras parecen participar por compromiso, para situarse sobre un tema que no podemos ignorar. Y este comentario se debe a que, a pesar de que el 11 de febrero los calendarios se saturan con eventos acerca de la mujer y la niña en la ciencia, no son pocas las instituciones que, durante los otros 364 días del año, guardan un contradictorio silencio. Parecemos confundir el medio con el fin: el 11F se presenta como una fecha en la que aunar esfuerzos para viralizar a través de los medios problemas que viven las mujeres en este campo. Pero si existe un verdadero compromiso, queda todo un año a lo largo del que seguir, de vez en cuando, tratando el tema.
En esta línea, es frecuente ver que, entre el gran número de instituciones que se suman al 11F, no todas sus propuestas son iguales. Una parte nada desdeñable de ellas acaban orbitando en torno a las brillantes mujeres que, gracias a su genialidad, lograron superar las barreras del pasado y cambiar la historia de la ciencia, y esto es necesario, porque nada tiene que envidiarle Gertrude Belle Elion a Alexander Fleming o Marie-Anne Paulze Lavoisier a su marido («padre» de la química moderna).
Mirar al pasado es necesario para entender y contextualizar el presente, pero existe un riesgo potencial. Para muchas instituciones, la fecha de hoy se ha convertido en sinónimo de «historia» y con ello se pierde el matiz presente, que es lo que fundamenta a la iniciativa. Es más, cuando se toma por ejemplo a la excepción, la genialidad parece volverse la norma. No todas las personas podemos (ni debemos) ser Emmy Noether o Maria Skłodowska-Curie, y es que corremos el riesgo de que las figuras ocultas de la historia acaben opacando a las presentes.
Entre una oferta de actividades sobresaturada por la historia, parece perder fuelle la otra mitad del problema, el que afecta aquí y ahora a millones de mujeres. Las dificultades que se encuentran en sus carreras ya no son las que tuvo que superar Florence Nightingale en el siglo XIX, pero no por ello han desaparecido por completo. La realidad es que, aunque son pocas las carreras científicas donde no hay paridad o incluso mayoría de mujeres (matemáticas, geografía y física según los datos proporcionados en 2017), en carreras técnicas la brecha de género es mucho mayor, apenas superando un 10% de mujeres en las titulaciones relacionadas con la informática. Estamos ante una diferencia significativa que conviene intentar entender. A fin de cuentas,sabemos que, si bien la biología afecta a nuestra personalidad, es su interacción con el entorno (y por lo tanto con la cultura) lo más determinante en el desarrollo de nuestros gustos y preferencias.
Estos porcentajes se vuelven más conflictivos si los comparamos a medida que ascendemos en la «cadena de mando» científica. Los datos muestran que el porcentaje de mujeres va disminuyendo a medida que escalamos en la profesión: máster, doctorado, y finalmente cátedra. Pasamos de un 49% a un 11%, y algo parecido sucede con que solo el 3,6% de ganadores de un premio Nobel de ciencia sean mujeres, un porcentaje que no coincide con la proporción actual de féminas trabajando en STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas), y que tampoco encaja con las cifras de hace décadas.
En estos casos, los hechos suelen originarse por una mezcla de factores. Puede que se deba en parte a los problemas de conciliación que supone la competitiva vida investigadora. Tal vez a esto se sumen sesgos de contratación o que los valores culturalmente reforzados en cada género influyan al ponderar si conviene sacrificar tanto por un puesto de liderazgo. Aún queda mucho que hacer porque, aunque en los últimos años se ha logrado mucho, todavía no se ha percibido un aumento de mujeres en las disciplinas STEM, es más, las del ámbito de la informática están en un progresivo declive desde hace décadas. Es pronto para ver los efectos de una actividad que empezó a fraguarse hace seis años, pero habremos de estar atentos porque, si no se alcanza, se debería diseccionar los medios para corregirlos. ¿Dónde hemos de poner el foco principal? ¿En las personalidades más excepcionales e inalcanzables o en las mujeres que representan realmente la labor científica de nuestro siglo?
En las carreras, nos acercamos a la paridad, pero en la «cadena de mando» hay un fuerte desequilibrio