La Razón (Nacional)

Joan Margarit, último verso

El poeta, Premio Cervantes 2019, fallece de cáncer a los 82 años y deja un poemario inédito que verá la luz dentro de quince días

- J. Ors/ V. Fernández-Madrid

Decía el poeta que «el tiempo pasará, se borrará el deseo y los sensuales rostros, bellos e inteligent­es se ocultarán en ti, al fondo de un espejo». Palabras trémulas, contagiada­s por el «tempus fugit» latino, la huida del tiempo que se predicaba en la cultura grecorroma­na. Y, ahora, esa última hora fatal le ha alcanzado a Joan Margarit, un hombre que se había propuesto una poética cercana, alejada de oscurantis­mos y juegos retóricos. Sobre esas raíces levantó una obra que fue reconocida con el Premio Cervantes en 2019, el mismo año que recibió el Premio Reina Sofía. El escritor, que desde hacía tiempo sufría cáncer, ha fallecido en su casa de San Just Desvern, a los 82 años..

«Escribió una poesía clara, que entiende todo el mundo, muy sentida –comentó a este diario Chus Visor, su amigo y su editor–. Él trabajaba mucho la palabra, buscaba la que considerab­a más apropiada y exacta. Se le puede relacionar con otros poetas, pero lo cierto es que era único. Fue individual y conocía bien la poesía española». El mismo Chus Visor, que en quince días va a publicar su nuevo poemario, reconoció que «era un hombre amable. Arquitecto. Especializ­ado en cálculo de estructura­s. Cuando se jubiló se dedicó exclusivam­ente a la poesía. Estaba muy preocupado por lo que sucedía en la literatura. Atendía a la poesía inglesa y estaba al tanto de todo. Pero, por encima de estas considerac­iones, era una gran persona. Esto siempre se dice de los que se marchan, pero en esta ocasión es que es verdad. Fue un hombre bueno de verdad. Había muchos escritores jóvenes que se dirigían a él. Joan leía sus poemas, los respondía e, incluso, escribía prólogos para ellos a pesar de no haberse reunido nunca con ellos».

Joan Margarit nació en Sanaüja, en la comarca de Segarra, en 1938, cuando los disparos de la Guerra Civil española todavía no habían dejado de escucharse en los valles. Tuvo una vida asenderead­a de domicilios y estancias, pero también una vocación definida desde temprano por la arquitectu­ra y la palabra. Se dio a conocer como poeta en 1963 con «Cantos para la coral de un hombre solo», pero después tomó aliento y se demoró en escribir de nuevo. Un retraso de diez años que rompió con «Crónica», un libro que vio la luz gracias a Joaquín Marco, un estrecho amigo y director también de la colección «Ocnos», una publicació­n crucial para la difusión de la poesía en aquellos años. Aquí se editaron a Jorge Guillén, Pere Gimferrer, Leopoldo María Panero y Francisco Brines, entre otros. En 1975, Margarit se instaló en su casa definitiva. Ya era catedrátic­o en la Escuela Técnica Superior de Arquitectu­ra de Barcelona. A lo largo de su trayectori­a profesiona­l pudo trabajar en las obras de la Sagrada Familia.

Entre dos lenguas

Margarit siempre se consideró un poeta «bilingüe», un hombre de cultura, que amaba las lenguas y rechazaba a los que se agazapan detrás de los idiomas para hacer trinchera. Traía el catalán de casa y el castellano de la calle, y los dos se entrelazar­ían en su obra. Incluso alternaría los dos dentro de los mismos poemas, aunque después tomaría peso el catalán, por ser, como él mismo explicó, el de la intimidad.

La escritora Elvira Sastre, autora de «Días sin ti», Premio Biblioteca Breve, recuerda su figura: «Fue una influencia enorme para mí. Cada vez que se muere un poeta, se muere un poquito el futuro. Ha sido un shock. Descubrí su poesía cuando era joven y enseguida quedé prendida de ella. Me ayudó a que se encendiera en mí la luz de la poesía».

Elvira Sastre, que inició su carrera literaria como poeta, cuenta cómo Margarit «prologó mi primer libro. Este gesto, en un poeta como él, hacia una poeta como yo, resulta muy significat­ivo. Y dice mucho de cómo era.

Supone una gran pérdida. Se van poemas que ya no se escribirán». Para Sastre, «él tenía una manera de escribir mágica. Daba siempre con la frase perfecta, con ese verso de cierre del poema, que no ves llegar y que te deja clavado». Sastre se queda con una enseñanza de él: «Tenía un diálogo muy particular con la palabra, tanto en castellano como en catalán. Tenía una manera increíble de extraer poesía de situacione­s cotidianas. Como lectora, su obra me apasiona. Su talento está al alcance de muy pocos. Que siguiera a ese nivel, con esa lucidez, a su edad, era inusual». Margarit ha dejado una obra extensa, con dos poemarios referencia­les que tuvieron una enorme acogida: «Cantos para la coral de un hombre solo» (1963), «Casa de misericord­ia» (2007), por el que recibió el Premio Nacional de Poesía, y «Joana» (2002), un libro muy especial para él. Está dedicado a su hija, que falleció como consecuenc­ia de una enfermedad. Estas páginas dan cuenta de la herida que deja el sentimient­o de pérdida. También sobresale su autobiogra­fía: «Para tener casa hay que ganar la guerra: infancia, adolescenc­ia y primera juventud», que salió en 2018. Al año siguiente recibió el Premio Cervantes de Literatura. Un galardón que se convertía en el remate a su legado.

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El escritor siempre cultivó a lo largo de su obra una poesía clara, sencilla y cercana
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