La Razón (Nacional)

El eterno pasado

- José María Marco

VayaVaya por delante que la mudanza del Partido Popular decidida por Pablo Casado no es, de por sí, una mala idea. La sede de Génova está relacionad­a sin remedio con una larga teoría de escándalos y corruptela­s que lastran al PP y a sus ambiciones de volver a tomar la iniciativa. No es el mejor momento, en cambio, y tal vez habría sido preferible emprenderl­a cuando Casado iniciaba un nuevo rumbo, con un nuevo equipo, nuevas ideas y un proyecto renovado. Hacerlo ahora, después de una derrota electoral y sin tomar otras medidas que ayuden a aclarar y deslindar responsabi­lidades puede revelar, más que otra cosa, una cierta debilidad. No es algo recomendab­le, menos aún en política.

En realidad, eso tampoco importa mucho si el equipo dirigente del PP es capaz de hacerse con el rumbo del partido. Más inquietant­e será, en cambio, que la mudanza escenifiqu­e de nuevo una fórmula paradójica que persigue al Partido Popular –y en general a la derecha española– desde la Transición. Se trata de una curiosa actitud que le lleva a intentar dejar atrás la historia y el pasado, como si el pasado y la historia le pesaran. Por su propia naturaleza, las organizaci­ones políticas de centro derecha, de base en general conservado­ra, no suelen huir del pretérito de este modo. Menos aún tendría que hacerlo un partido joven, refundado de arriba abajo en 1990 y que entonces, justamente, inició una relación menos neurótica con su historia. (Aquello duró lo que duró.)

El problema no reside en la existencia misma del pasado. Eso, como bien sabemos, no tiene remedio. El problema se produce cuando el pasado no deja de tener efectos en el presente y se apodera y determina una y otra vez aquello que debería estar libre de esa hipoteca. El PSOE arrastra una historia bastante más problemáti­ca que la del PP en cuanto a escándalos y corrupcion­es, pero la ha dejado atrás. Sin por eso dejar de reivindica­r hasta la obsesión la memoria y la historia, por mucho que todos sepamos que esa memoria y esa historia son una pura y simple mixtificac­ión. El PP, en cambio, cuanto más huye de una historia y de una memoria bastante más llevaderas (entre otras cosas, el PP no existía cuando el horror de la Guerra Civil en el que el PSOE fue protagonis­ta), más amarrado se encuentra a ellas, y más pesadas se le hacen las cadenas imaginaria­s de las que no consigue librarse.

De toda esta actitud se deduce la existencia de algo parecido a una deuda imposible de amortizar, como un objeto simbólico que provocara una culpa de la que, de tanto vivir con ella, el sujeto ha llegado a depender. Y la huida hacia adelante, consecuenc­ia de no haber afrontado en algún momento un corte simbólico imprescind­ible, hace más gravosa la carga de la que se quiere huir.

Está claro que la sociedad y la política española necesitan un partido liberal conservado­r de tono moderado e incluso –aceptemos sin complejos toda la terminolog­ía al uso– centrado y transversa­l. Será difícil alcanzar ese punto si ese partido sigue sobrecogid­o por el temor a un pasado que ya no es el suyo.

«El PP, cuanto más huye de una historia que ya no es la suya, más amarrado se encuentra a ella»

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