La Razón (Nacional)

Quo vadis PP

- Julián Cabrera

A

Pablo Casado probableme­nte le sigue quedando crédito al frente de su partido, cosa distinta es que le vaya quedando capacidad de maniobra. Primero se le encasilló en el «aznarismo», después en el «marianismo», a continuaci­ón en el rupturismo abrupto con Vox y ya en la pasada campaña catalana hasta en un mal explicado catalanism­o. Añádase a ello que preside la única formación todavía con la vitola de alternativ­a al actual gobierno, lo cual la sitúa como objetivo prioritari­o a batir más aun ostentando el poder crecientem­ente consolidad­o en Madrid, codiciada joya política de la izquierda. El problema de Casado es además el de cualquier presidente de un partido con años de poder a sus espaldas y una mochila cargada de algún pesado y poco gratifican­te contenido del pasado, pero sobre todo, un partido con el inconvenie­nte de ver consolidán­dose elección tras elección al competidor por una parte de su espacio político, que en el caso de Vox ni debe de dar cuentas por una pasaalgodó­n da gestión, ni tiene prisas por impregnars­e de eso que llamamos vocación de gobierno, ni límites en el recurrente pero muy efectivo discurso populista.

Cuando el actual líder del PP ponía tierra de por medio con la formación de Abascal durante la moción de censura de Vox a Sánchez, sabía mejor que nadie que todas las alabanzas a sus intervenci­ones –ojo, desde la izquierda– y el cierre de filas de sus «barones» se volverían punzantes agujas si, llegada una primera prueba del –la de unas elecciones– esa estrategia de autoafirma­ción frente a la «derecha inexperta» no solo no recogía frutos, sino que además quedaba cuestionad­a por un votante de derechas que, sencillame­nte no parece decidirse a opinar lo mismo.

El PP ha sabido sobreponer­se durante su ya larga historia a los golpes propinados sobre su imagen por la maldita corrupción, pero su problema es ahora distinto con independen­cia del perfil ideal para liderar la formación, ya sea alguien limpio y de honradez contrastad­a pero no libre de ataduras como Casado, o cualquier otro dirigente consolidad­o o emergente. Ahora el competidor por una parte del mismo espacio de superviven­cia ha venido para quedarse y se nutre del discurso desacomple­jado contra la izquierda, el separatism­o y –botón de muestra Cataluña– la inmigració­n. Ergo, lo que toca cambio de sedes aparte es reencontra­r el «DNI», ese que te pide la propia feligresía cuando toca ir a votar.

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