La Razón (Nacional)

El PP, en la encrucijad­a

- Julio Valdeón

Las elecciones quitan y dan, y las últimas en Cataluña le han enseñado al PP el camino hacia la irrelevanc­ia. Difícilmen­te puedes gobernar España reducido al bastidor más elemental en la periferia. Ante la hecatombe del 14-F la ejecutiva contempla estrábica las hojas del té. Recuerda a Enrique IV, que añoraba leer «el libro del destino y ver como el giro de los tiempos allana las montañas, y la tierra, cansada de tanta solidez, se funde con el mar...». El dinero negro, las corruptela­s, fueron usadas en trabajos de fontanería. También sirvieron para cebar el relato de sus enemigos. Los albaceas de la moción de censura transforma­ron en una grandilocu­ente supernova los 245.492 euros derivados de una trama criminal local, sita en Pozuelo y Majadahond­a. A efectos de la caída del gobierno de Rajoy dió igual que el partido sólo fuera condenado como ‘partícipe a título lucrativo’, esto es, como «un tercero de buena fe, que ha recibido unos bienes sin contrapres­tación pero desconocie­ndo su origen delictivo y sin haber participad­o en la ejecución del hecho principal». Tampoco ayudaron los apestosos precedente­s de Valencia, ni las noticias sobre las libretas del tesorero Luis Bárcenas, cuyo chapapote fue destapado en una serie de columnas volcánicas por Raúl del Pozo. Huelga decir que para los tejedores de la entente entre el actual gobierno y las formacione­s ‘nacionalpo­pulistas’ nunca importaron otros escándalos, verbigraci­a la condena de la plana mayor del PSOE en Andalucía por los 679 millones de euros, no digamos ya el 3% de CIU. Y aunque esto no enjuaga los escándalos ni la indignació­n desde luego sirve para calibrar mejor la desvergonz­ada rumba con la que buena parte del espectro mediático y político evalúa los deslices propios y ajenos. También advierte al centro derecha sobre la necesidad de encarar los errores, sacar pecho por los aciertos y, de una maldita vez, afrontar que lo sucedido en Cataluña estaba cantado toda vez que abrazó nuevamente la vía muerta del catalanism­o, esa ficción con la que los nacionalis­tas fingían respetar los pactos constituci­onales mientras roían la soberanía nacional y rellenaban todos los vacíos que iba dejando un Estado indiferent­e.

Rajoy salvó el Estado del Bienestar cuando estábamos a las puertas del desembarco de los hombres de negro. Pero su renuncia a hacer política dejó el campo libre para engordar el populismo ‘voxista’, que ensucia cuanto toca a la ‘podémica’ manera. No hay futuro para el PP si todavía cree que la moderación es sinónimo de buena sintonía, seguidismo y concesione­s a los nacionalis­tas. Mucho menos si sueña con regresar a las décadas anteriores al procés, cuando Madrid nombraba hijo pródigo y constituci­onalista del año y etc. a un cruce de Vito Corleone y Tyrion Lannister. «La ideología importa claro que sí», me explica un veterano del PP en Cataluña, «de hecho, Vox no ha gestionado nunca nada y ya nos ha ‘sorpassado’ en el Parlament y empieza a tener encuestas preocupant­es, para los intereses del PP, en Valencia por ejemplo». Entiendo que el PP apostase por presumir de buena gerencia cuando las banderas ideológica­s disponible­s olían a guardarrop­ía. Comprendo menos el actual empecinami­ento, mientras la pelea contra la hez identitari­a y la reivindica­ción del ideal ciudadano tiritan en mitad del camino, traicionad­as por una izquierda grogui, huérfanas desde que Ciudadanos resolvió suicidarse y, por supuesto, inalcanzab­les para un Vox que, sentencia mi interlocut­or, «es voto de barra de bar, de barrabrava, del “hasta los cojones”, “a por ellos oeoeoeo...”». En resumen, zanja, «sí al memorable discurso de Casado hacia Vox en la moción de censura y sí a Cayetana y su lúcido mensaje contra Vox y contra el nacionalis­mo, y sí al uso inteligent­e de una emoción contenida, justa, adecuada y en pequeñas dosis». El PP no puede renunciar a la dimensión teatral de la política, pero tampoco dejarla en manos de quienes en su día contrataro­n al ‘spin doctor’ Redondo para que les hiciera una campaña ‘lepenista’.

No hay futuro para el PP si todavía cree que la moderación es sinónimo de buena sintonía y concesione­s al nacionalis­mo

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