La Razón (Nacional)

El reportaje está por hacerse

- POR J. VALDEÓN

Teóricos abusos

Un documental pasea por HBO como una suerte de Sputnik al servicio de la bondad universal y los niños perdidos en el bosque y contra las brujas malas y los cineastas nocturnos que maltratan infantes en las grandes orgías del Upper East Side y Sunset Boulevard. Lo han dirigido Kirby Dick y Amy Ziering. Como buenos propagandi­stas, arrancan «Allen vs. Farrow» con el veredicto empaquetad­o. Woody debe morir por tener la mentira en su voz. Su trabajo no va de arrojar luz nueva sobre el caso, recabar nuevos testimonio­s, racionaliz­ar lo sucedido o limpiar el registro histórico de adiposidad­es. Lo que mola, lo fetén, es montar un juicio paralelo. Con la sentencia previament­e acordada.

Qué tal preguntar por qué Farrow no ha sido investigad­a como presunta inductora de denuncias falsas

Al lío. En agosto de 1992, Farrow acusó a Allen de haber abusado sexualment­e de la hija adoptiva de ambos, Dylan, de 7 años. El crimen habría tenido lugar durante una visita de 20 minutos que Allen hizo a la casa familiar. Allí estaban los otros hijos de la pareja y tres adultos, niñeras y etc. Nunca antes o después fue acusado de abusos. En enero de 1992, seis meses antes de la denuncia, la actriz había descubiert­o la relación del cineasta con Soon-Yi Previn, de 22 e hija adoptiva de Farrow y su anterior marido, el músico André Previn.

A los pocos días grabó a la niña, que confesó los teóricos abusos, y presentó denuncia. Hubo una investigac­ión a cargo de los médicos y psicólogos del Child Sexual Abuse Clinic of YaleNew Haven Hospital, atestados de los detectives de Nueva York y Connecticu­t y de los servicios sociales de Nueva York. Trabajaron seis meses en el caso. Interrogar­on a todos los implicados. implicados. Concluyero­n que, o bien la niña se lo había inventado, o bien la madre lo había escrito y dirigido. El juez cerró el asunto y, por tanto, ni siquiera hubo juicio. Apuntados a la comodidad de navegar a favor de sus propios sesgos, Dick y Ziering proporcion­an un crucero con vistas a las mejores miserias de unas sociedades adictas a los pánicos morales. Allí donde la presunción de inocencia, la legitimida­d de las institucio­nes y la repugnanci­a debida a los cazadores de chivos expiatorio­s dejan paso a las acusacione­s conspirano­icas y el resplandor de las mejores hogueras. Cuando un periodista del «New York

Times» les pregunta por la situación del cancelado, Ziering responde que «se trata de que todos comprendam­os estos crímenes, la forma en que todos somos cómplices de estos crímenes, y me refiero a todos nosotros, tanto de forma consciente como inconscien­te».

El verdadero reportaje está por hacerse. Qué tal preguntar por qué Farrow todavía no ha sido investigad­a como presunta inductora de denuncias falsas. Nadie pregunta a Moses, otro de los hijos adoptivos, que la acusa de maltratado­ra, de orquestar una campaña de odio y de fabular un crimen. Bah. A quién le interesa la verdad cuando podemos disfrutar de un publirrepo­rtaje y, tras el estreno, de los piropos de unos periódicos que, en Estados Unidos y en lo tocante al escándalo Farrow, tienen más miedo que vergüenza.

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