El legionario romano: soldado y constructor
Cuando no estaban guerreando, los soldados trabajaban en grandes obras de ingeniería que aún hoy seguimos admirando. Nos lo cuenta el célebre arquitecto e historiador Jean-Claude Golvin en el libro «La ingeniería del Ejército romano», que sale a la venta
Estos trabajos de ingeniería civil, implementados de buen grado en beneficio de las poblaciones locales, incluyeron la construcción de calzadas, puentes, acueductos, canales y acequias, e incluso la creación de ciudades y la ejecución de sus obras de infraestructura y su ornato monumental; piezas todas ellas en extremo complejas que requirieron la diligencia operacional de ciertos expertos como los «mensores» (agrimensores) o los «libratores» (ingenieros topógrafos), presentes entre las filas del Ejército y dotados del material y los instrumentos apropiados para su labor, y de una mano de obra abnegada, disciplinada... y gratuita, ya que el Estado debía costear su soldada de todos modos.
Hábiles con las manos
En contra de lo que se suele pensar, no todo el mundo podía ingresar en las filas del Ejército romano. A «los artesanos, herreros, carpinteros, carniceros y cazadores de ciervos y de jabalíes conviene involucrarlos en la disciplina militar», advertía Vegecio, pues era esencial que los legionarios y auxiliares fueran hábiles con sus manos. Muchos de ellos, antes de ser llamados a filas, habían ejercido ya alguna profesión relacionada con la construcción, pero los demás, desprovistos de toda cualificación, debían aprender sobre la marcha según sus afinidades y necesidades. A tenor de nuestras fuentes textuales y epigráficas, los soldados se ocupaban de los siguientes oficios relacionados con la construcción: tres de tipo técnico, «architectus» (arquitecto), «librator» (geómetra nivelador) y «mensor» (agrimensor); y seis de tipo manual, «structor» (albañil), «lapidarius» (cantero), «tignarius» (carpintero), «tector» (estucador), «pictor» (pintor) y «scandularius» (colocador de tejas). Todos estos obreros especializados («immunes»), que a menudo ostentaban el rango de oficiales, podían representar hasta una décima parte de los efectivos de una legión, es decir, entre 500 y 600 hombres. Además, cada campamento poseía un taller («fabrica») para reparar tanto las armas como las herramientas incorporadas al equipaje personal del soldado («sarcinae»), a saber: la sierra, el canasto, la pala y el hacha. Este taller, comandado por un «magister fabricae» que contaba con la asistencia de un «optio» (suboficial), se ocupaba del mismo modo de las obras de ingeniería civil.
Entre los autores antiguos, esta expresión terminó convirtiéndose en un «leitmotiv», evocado cada vez que trataban de explicar las razones por las que los generales romanos ordenaban a sus tropas acometer grandes obras de ingeniería civil. La inactividad, considerada la bestia negra de cualquier ejército, sobrevenía en tiempos de paz y privaba al soldado de sus energías, de su coraje y
LA CONSTRUCCIÓN DE UN IMPERIO