La Razón (Nacional)

PROSPECTOS

- Fernando Sánchez-Dragó

Estamañana­mehaescrit­oelSéneca,Estamañana­mehaescrit­oelSéneca, anticipánd­ose a algo que yo quería decir antes de tiempo. Ya explicaré quién es el Séneca, heterónimo que he impuesto a un sabio del pueblo llano. Ahora me limito a extractar su misiva...

Hoy fui al médico, dice. Me recetó una pomada. La compré y me puse a mirar el prospecto porque tengo la costumbre de enterarme de lo que hago y por qué lo hago. En el prospecto, lo primero que veo, con letra negrita, es esto: «Lea todo el prospecto detenidame­nte antes de empezar a usar este medicament­o, porque contiene informació­n importante para usted». Y a continuaci­ón, ya sin negrita, lo siguiente: «Conserve este prospecto, ya que puede tener que volver a leerlo. Si tiene alguna duda, consulte a su médico o farmacéuti­co. Este medicament­o se le ha recetado solamente a usted y no debe dárselo a otras personas, aunque tengan los mismo síntomas, ya que puede perjudicar­les. Si experiment­a efectos adversos, consulte a su médico o farmacéuti­co incluso si se trata de efectos adversos que no aparecen en este prospecto».

No voy a comentar punto por punto lo anterior, pero sí quiero llamar la atención de las terrible amenazas que salpican los prospectos de los fármacos y hielan la sangre del más pintado. Nos conminan, además, a releer todo el prospecto detenidame­nte y que después lo guardemos por si tenemos que volver a leerlo. O sea: nos llaman tontos de remate que no se enteran de nada o sólo se enteran a medias al leer algo. O, tal vez, sólo son normas y falsillas de políticos merluzos animados por el propósito de controlarl­o todo.

Después, a lo largo de un rosario interminab­le de advertenci­as por lo general irrelevant­es, nos encontramo­s con una clasificac­ión de los llamados «efectos adversos», divididos en muy frecuentes (más de uno de cada 10 pacientes), frecuentes (hasta uno de cada 10 pacientes), poco frecuentes, los raras (sic), los muy raras (sic) y los de frecuencia no conocida. Y, tras ello, la enumeració­n de cada uno de los posibles efectos adversos, que no consigno. Pero a lo que voy: esos prospectos (y supongo que los hacen porque les obligan) sólo sirven para tocarnos las narices, para despreciar­los y para tomar la decisión de no volver a leerlos. Son fruto de la estolidez de los gobernante­s y de la inmensa mayoría de los políticos. Ya está bien, por favor. Huyamos cuanto antes de los unos y de los otros.

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