«PIDEN CIERRES INDISCRIMINADOS PERO LLAMAN A MANIFESTACIONES MASIVAS»
P ues claro. O es que esperaba otra cosa. Mire, estará de acuerdo conmigo en que usted tiene muchos problemas que afrontar, pero que son asuntos con muy poco glamour si los comparamos con los que tiene que lidiar lidiar la ministra Irene Montero en su Matrix virtual. Lo suyo son cosas del tipo «oye, presidenta, que los crematorios están a rebosar y a ver qué hacemos con tantos cadáveres» o «mira, presidenta, que no queda una plaza en las ucis y no se puede obligar a los médicos a jugar a Dios». Sin olvidar el aburrido «escucha, presidenta, que el personal sanitario está cayendo como moscas y no hay manera de que lleguen los equipos de protección». Naderías burocráticas que se solucionan con un pabellón de hielo por aquí, un hospital de emergencias por allá o tirando de fáciles contactos internacionales en la amable China. No, lo que mola es sexar ángeles, que es lo que de verdad exigen los ciudadanos. Nada de hacer equilibrios en el alambre que nunca acaban bien. Si hay que cerrar bares y comercios, pues se cierran, que debe ser usted la única persona que no sabe que en España «nadie se va a quedar atrás», que se nos viene encima un chorro de millones de Europa, pero un chorro, y que la construcción de hospitales es un derroche escandaloso en estos tiempos de «la nueva normalidad». En esto, los que saben, no es posible dudarlo, son los liberados sindicales, los nacionalistas y el caudillo castellano-manchego. Créame, oír que Madrid lo ha hecho mejor, como decía ese médico catalán, jefe de los intensivistas; que te aplaudan los trabajadores de otras ciudades de España o haber visto las caras arrasadas por el orgullo y la emoción de los voluntarios que montaron el IFEMA en un tiempo record no es nada comparable con el subidón de ese «sola y borracha quiero llegar a casa», mientras el morado tiñe nuestras calles.