Termitas callejeras
No creo que nadie, a estas alturas, piense que la violencia en las calles de Barcelona– o de cualquier ciudad europea al albur de cualquier contexto – tenga nada que ver con Pablo Hasél, al que escuché calificar de artista por parte de un presentador de noticias, y me chocó, más cuando hace unas horas falleció un artista con todas sus letras como Enrique San Francisco. Y ese puede ser el problema, que confundimos conceptos, que cambiamos el significado de las cosas, que aceptamos sin más la tergiversación interesada de nociones y pensamientos como guerrilleros que repiten consignas como loros. Hasel colecciona delitos, condenas y peticiones de prisión de la fiscalía. Y Barcelona está ardiendo porque la riada de grupos anarquistas, anti sistemas, guerrillas callejeras, bla, bla bla… aprovecha cualquier veta abierta en la madera para entrar por ella y destrozarla como si fueran termitas. Ni saben quién en Pablo Hasel, ni les importa. Seguramente muchos de ellos no sepan ni en qué país están, como la italiana que incendió una furgoneta de los Mossos y cuando la detuvieron ponía cara de vaca mirando al tren, como preguntándose qué había pasado. Su única razón de ser y de estar es la obediencia ciega a la consigna «de qué se trata, que me opongo». Y se oponen disfrazándose de mamarrachos encapuchados para destrozar todo lo que se cruce en su camino, sean escaparates, contenedores o personas. Corremos el riesgo de acostumbrarnos a ver esas imágenes de violencia y normalizarlas como parte de la cotidianeidad, algo que no debería extrañar a nadie en un país con un vicepresidente que apela a normalizar el insulto o una alcaldesa que antes de serlo socializaba con los que ahora le queman la ciudad. Que Hasel sea rapero tiene poco que ver; que escuchar, está por ver.