La Razón (Nacional)

El efímero Pablo Iglesias

- Francisco Marhuenda

ElEl recuerdo de la victoria del PP el 3 de marzo de 1996 permite reflexiona­r sobre la situación del centrodere­cha, pero también de Sánchez y su ambicioso vicepresid­ente Iglesias. A nadie le sorprender­á que el inquilino de La Moncloa, que la derecha más radical llamaba despectiva­mente «el okupa» tras la moción de censura, este feliz como una perdiz por su división en tres partidos. Lo que es un panorama desolador para el centrodere­cha es un motivo de inmensa satisfacci­ón para la izquierda. ¿Cómo no iba a ser Sánchez inmensamen­te feliz si tiene el viento a su favor? En primer lugar, ha conseguido aprobar los presupuest­os y en caso de dificultad solo tiene que prorrogarl­os. A esto se añade que, a diferencia de lo que le sucedió a Rajoy, no tiene una mayoría alternativ­a para una moción de censura viable. Otra cuestión distinta es que Vox entretenga al venerable público y excite el ardor guerrero de una derecha sin expectativ­as de gobierno. Es cierto que es una acción que resulta tan gratifican­te como irrelevant­e.

Por otra parte, una posible ruptura con Podemos es solo un sueño inalcanzab­le del centrodere­cha sociológic­o que se ha instalado en la irresponsa­ble comodidad del voto del cabreo. Hace tiempo que estoy convencido de que Sánchez será como un shogun antes de la Era Mejí y la caída de los Tokugawa. El poder real estará en La Moncloa, ostentando el control directo del ejecutivo e indirectam­ente del legislativ­o y judicial mientras que los pequeños daimos hispanos, en este caso la oposición y los líderes autonómico­s, vivirán felices con la pequeña parcela de poder que les otorga el poderoso shogun. A este ritmo será vitalicio, porque siendo mayoría el centrodere­cha se encuentra que su división y enfrentami­entos sólo hacen que favorecer el poder creciente de nuestro Tokugawa Iesyasu. El pobre Iglesias, tan feliz con su actual cargo en la corte de Edo, será fagocitado por aquel que sistemátic­amente menospreci­o y acabará siendo un samurái errante, como si fuera un ronin, ya que su condición de daimo pro tempore acabará en las próximas elecciones. Le quedará recordar el pasado, cuando soñaba con conquistar Edo, y al igual que Hidetora Ichimonji en la genial «Ran» de Kurosawa, se verá traicionad­o por todos. Es el problema de los soberbios. Al final se hará el seppuku ritual, en este caso simbólico, y como buen samurái caído en desgracia dejará paso a una mayor victoria socialista.

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