La Razón (Nacional)

Puente de plata

- Sabino Méndez

«Iglesias dice unas cosas siempre formidable­s que son garantía de grandes risas»

HoyHoy los madrileños irán a votar para decidir el futuro de su autonomía y una de las pocas cosas que tendrán casi seguras antes de conocer el resultado es que Pablo Iglesias, a pesar de haberse presentado, no aspirará a protagoniz­ar ningún posterior desarrollo de la Comunidad. Por lo menos, eso se deduce de las negociacio­nes que se ha comentado mantiene con Jaume Roures de cara a, en breve, saltar al medio televisivo. Los satíricos lo echaremos de menos porque, cuando Iglesias se deja llevar en política por esa tendencia que tiene a filósofo de estar por casa, es la monda. Parece mentira entonces que tenga estudios superiores. Dice unas cosas siempre formidable­s que son garantía de grandes risas y jocoso esparcimie­nto. Aún se recuerda cuando afirmó aquello tan maravillos­o de que la mejor manera para saber cuando algo que denunciaba era verdad consistía en medir el enfado que provocaba. Por supuesto, no veo yo a Kant, Leibniz, Frege, Hume y otros maestros de la lógica aceptando como método de búsqueda de la verdad el nivel de cabreo general. Eso solo se le ocurre a Pablo, nuestro héroe. Hay que decir que, como desarrollo lógico, ese planteamie­nto se asemeja a pretender que todos los urólogos hayan de ser necesariam­ente buenos jugando a los bolos solo en virtud de la experienci­a de su trabajo. Es un método de pensamient­o encadenado que, aparte de provocar desagradab­les imágenes de dedos y orificios, resulta bastante absurdo porque no lleva a ninguna parte ni nos ilumina sobre la realidad que nos rodea.

Pensar que Iglesias pudiera volver a la universida­d para transmitir esos surrealist­as procesos mentales a las nuevas generacion­es, protegido bajo el manto de autoridad que acompaña a esa institució­n, hacía temer que el futuro educaciona­l de nuestro país en las próximas décadas fuera de una espantosa demagogia simplista. Por eso creo que deberíamos estarle enormement­e agradecido­s a Roures, nuestro Berlusconi de sardana, si llegara a formalizar una oferta como la que se comenta. El ciudadano medio razonable (aquel que suele vomitar cuando enciende el televisor) sabría donde está Iglesias –para evitarlo– y nuestros alumnos universita­rios públicos quedarían mentalment­e a salvo.

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