LA GUERRA DE LOS NIÑOS
SonSon niños de entre seis y 16 años. Posan antes del desfile desmadejado con rifles de madera y alguno real. Pisan las calles de su pueblo, Ayahualtempa, una comunidad del municipio de José Joaquín Herrera, en Guerrero, al sur de México. Es uno de los estados más violentos del país, que pena el segundo mayor índice de pobreza –66,5% de la población–, la carestía de servicios básicos y el desapemediático go gubernamental. En Ayahualtempa, la presión del crimen organizado es brutal. Es tierra de cultivo de amapola, germen de la heroína, y por ende zona estratégica para los narcos, entre ellos, Los Ardillos. Es una guerra diaria, con víctimas diarias y entierros diarios. Un conflicto en legítima defensa, a vida o muerte, entre los vecinos de esas pequeñas localidades y los cárteles que pretenden esclavizarlos. Con el poder mexicano desaparecido, nadie puede quedar al margen. Ni siquiera los niños. Esas columnas de críos brigadistas persiguen centrar el foco sobre el oprobio y la vergüenza del ejecutivo federal. Es la misión. Allí, en la estrecha primera línea sin trinchera en la que cobijarse, donde nadie está a salvo porque el campo de batalla aguarda en la puerta de casa e incluso en su interior. Este año, los infantes que preceden a sus padres en la parada «castrense» que aspira a ser un día la de la victoria han disparado alguna salva para atormentar los oídos de los mandamases, aunque sepan que solo oye y siente aquel que quiere hacerlo. El presidente Andrés Manuel López Obrador se ha jactado de que los horrores en Guerrero han bajado con su mandato. Pero a AMLO le han contabilizado 40.000 mentiras en dos años de comparecencias como presidente.