La Razón (Nacional)

¿Por qué protestan los colombiano­s?

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Colombia cerró 2020 con una deuda pública del 62% del PIB y un déficit cercano al 9%. La situación podría parecer que no es alarmante porque, en principio, los pasivos estatales siguen siendo bajos y el nubarrón del déficit debería remitir conforme se supere la pandemia. Pero no es así. Para los estándares hispanoame­ricanos, una deuda del 62% entra en el rango de preocupant­emente alta (Argentina está en default con poco más del 90%) y el déficit amenaza con enquistars­e en niveles igualmente altos durante demasiado tiempo (se teme que este año supere el 10%, lo que llevaría la deuda al 72%). Por eso, y porque Colombia no cuenta con ningún socio rico que esté dispuesto a avalar su deuda (como hace Alemania con España), los planes de austeridad han comenzado a colocarse encima de la mesa. Y sólo hay dos formas de cuadrar las cuentas: aumentando impuestos o recortando gastos. El Gobierno de Iván Duque ya ha comunicado que no sólo no piensa recortar el gasto sino que plantea incrementa­rlo volviendo permanente­s algunas de las medidas de asistencia social que, con carácter extraordin­ario, se habían adoptado durante la pandemia (por ejemplo, el Ingreso Solidario: una especie de renta mínima de inserción que únicamente pretendía estabiliza­r durante la crisis la situación de las familias más pobres del país). De modo que, si es necesario recortar el déficit e incrementa­r el gasto, sólo queda subir los impuestos. Y eso es lo que planteó el ex ministro de Hacienda colombiano, Alberto Carrasquil­la: una subida impositiva equivalent­e al 2% del PIB. Dado que, en tiempos normales, Colombia obtiene unos ingresos públicos del 30% del PIB, se buscaba subir la recaudació­n en casi un 7% con respecto al nivel actual.

Una reforma fiscal de este calibre no puede afectar sólo «a los más ricos», sino que por necesidad perjudicar­á a las clases medias o medias-altas: simplement­e, no hay tanto que rascar de los superricos. Así, el rejonazo inicialmen­te planteado consistía en incrementa­r el IRPF a los contribuye­ntes que ingresen más de 660 dólares mensuales (aproximada­mente el salario medio del país, lo que en España supondría subírselo a todos los que ganen más de 1.800 euros mensuales), así como establecer un IVA del 19% a servicios como el agua, la luz o el gas. También se prorrogaba el Impuesto sobre el Patrimonio o el recargo en el de Sociedades. Pero la clase media no quiso aceptar esta subida y salió a la calle para reclamar no que la austeridad se ejecute por la vía de los recortes del gasto, sino sólo con subidas de impuestos a los ricos. La misma irrealidad en la que arraigó el 15-M y Podemos a partir de 2012.

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