Viaje al centro del multipartidismo
La politóloga Estefanía Molina presenta «El berrinche político», un análisis del auge y caída de los nuevos partidos y una reflexión sobre el actual clima de incertidumbre
«Cuidado con el móvil, que es ruta de menas», espeta vehemente y sin venir a cuento el camarero de una terraza del centro de la capital. El comentario, fortuito, interrumpe la entrevista y da cuenta del clima de crispación que atraviesa España. Sobre la mesa, además del café recién servido, un cuaderno de notas y las reflexiones meridianas de la periodista y politóloga Estefanía Molina (Igualada, 1991) —habitual de las tertulias de La Sexta u Onda Cero—, y que estos días presenta «El berrinche político» (Destino), sobre el ídem panorama de nuestro país desde el fin parlamentario del bipartidismo hasta nuestros días, o lo que a ella le gusta describir como «bibloquismo».
Aunque el análisis de Molina está acotado entre 2015 y 2020, los años más convulsos en cuanto a elecciones generales se refiere con hasta cuatro citas, es de rigor preguntar por la cristalización, o no, del 15-M: «No entró directamente en las instituciones, pero sí constató una impugnación de los liderazgos. Demandas como la del poder para las bases son claves en la formación de Podemos o Ciudadanos», explica a diez años de la acampada en la Puerta del Sol.
El «cesarismo» político
La periodista, que cree que el sistema absorbió las demandas de la crispación ciudadana ya en 2015, opina que ocurrió de manera «adanista» y «cesarista», con unos nuevos liderazgos «que vivían de su presencia mediática y de cómo los climas de aceptación marcaban la agenda». Esto último se ejemplifica en su libro a través de figuras como la de Albert Rivera: «El bipartidismo tardó cuarenta años en quemarse, pero figuras como la suya, apenas cinco. Eso se explica porque, por momentos, pareció que Ciudadanos era una plataforma a su servicio. Si le iba mal al partido, se percibiría también como una derrota propia», añade.
En ello mismo incide cuando analiza la «espectacularización» del Parlamento, que cree ha jugado jugado un papel clave en la desafección o, al menos, en la «pérdida de ilusión» que marcan los nuevos tiempos políticos: «Uno tiene a veces la sensación de que se hacen discursos para Twitter, o que más allá de propuestas, lo que interesa es abrir el Telediario», explica antes de seguir: «Quizá también venga del 15-M, de esa nueva pulsión por arrojar luz y miradas sobre los partidos. Y así se empezaron a conocer todas y cada una de las negociaciones. Eso minimizó la capacidad de renuncia de los partidos, que empezaron a tener miedo de la opinión pública y del titular que podría darse al día siguiente. Por eso creo, y esa es la tesis que defiendo en el libro, que la crisis que vivió España con el fin del bipartidismo introdujo las demandas sociales, pero no por ello hizo de nuestro tejido político algo necesariamente mejor».
El laberinto catalán
Si hay un asunto que haya marcado la agenda en el período que analiza Molina es el del «procés» y el independentismo catalán. «Cuando Puigdemont y los ‘‘consellers’’ se marcharon de Cataluña, se rompió la relación entre esos líderes, las élites, y la calle, quienes de verdad organizaban las manifestaciones», explica la politóloga. Y sigue, sobre el futuro de ese laberinto que parece no tener salida: «Hay una generación de jóvenes, lo que yo llamo la ‘‘procesista’’ y que no ha vivido otra cosa, que se ha socializado en la Cataluña independentista. Acorto plazo, esa generación de votantes o de partidos, da por descartada la vía unilateral, pero un contexto de descontento social puede hacerles volver a rescatarla en cualquier momento, porque solo han conocido la política en términos de autodeterminación o no, no en ese ‘‘autonomismo’’ con el que vivió, por ejemplo, mi generación».
Las consecuencias del huracán, en ese viaje al multipartidismo que construye la autora y que ha tenido estos días sus últimos «coletazos», bien pueden manifestarse a través de la figura de Isabel Díaz Ayuso, que capitalizó la estructura del partido oficialista con el discurso populista: «La gente sigue demandando líderes carismáticos. Ha sabido materializar el hartazgo durante la pandemia y lo ha transformado en eso que Christian Salmon define como el producto de la subcultura de masas. Cada ocurrencia penetra en un votante distinto y eso ha provocado que, por ejemplo, cada vez sea más imposible un ‘‘sorpasso’’ de VOX al PP», remata antes de despedirse: «VOX se ha institucionalizado, y ya se entiende como la muleta en la derecha».