La Razón (Nacional)

Cuatro psicópatas contra la autocensur­a y la corrección política

David Serrano se sumerge en el tétrico mundo de Martin McDonagh con «El hombre almohada», una obra sobre la responsabi­lidad del artista respecto a su obra que interpreta­n Belén Cuesta y Ricardo Gómez

- Julián Herrero

Martin McDonagh (1970) lo no esconde: el mundo es un lugar hostil en el que pocas cosas nos ayudan a escapar del horror. Una de ellas es el arte y, «más concretame­nte, la literatura», puntualiza David Serrano, encargado ahora de levantar una de las obras cumbre del británico, «El hombre almohada» («The Pillowman») en los Teatros del Canal. Si el autor y guionista nos habla de un panorama difícil, no lo es menos para Katurian, protagonis­ta de esta pieza y escritora de cuentos que roza la psicosis. Será ella, interpreta­da por Belén Cuesta, quien se enfrente al dilema central que expondrán sobre el escenario Verde de Cea Bermúdez y que, para Serrano, «es el mismo con el que muchos artistas se enfrentan hoy en día: ¿hasta qué punto es un creador responsabl­e de la percepción que tienen los espectador­es de sus obras?», se pregunta.

Pero para llegar a alguna conclusión, primero, Katurian deberá deberá ser arrestada por la policía de un Estado totalitari­o. Y no será a causa de un crimen de subversión política, como se puede sospechar al principio de la pieza, sino porque sus historieta­s se parecen sospechosa­mente a una serie de crímenes que se han ido sucediendo en los últimos tiempos. Aunque Katurian jura ser inocente, terminará enterándos­e de que su hermano Michal (a quien pone cuerpo y voz Ricardo Gómez) ha cometido los crímenes. Es ahí donde estalla la obra y será entonces cuando la protagonis­ta deberá enfrentars­e al problema de sacrificar su propia vida y la de su hermano para garantizar la conservaci­ón de sus obras. «Katurian crea cuentos, bastante macabros, pequeñas piezas que nos hablan de infancias destruidas por la violencia, de un mundo que una vez fue un lugar casi perfecto –continúa el director–, pero en el que, en un momento determinad­o, todo se torció».

Pese a que los cuentos que firma son brutales, terribles, en ellos también se siente esa impronta poética, incluso «de una extraña y particular belleza», como defiende la propia protagonis­ta,; «y segurament­e también McDonagh», añade Serrano. Es la representa­ción que hace el dramaturgo inglés del mundo en el que vivimos, un espacio en el que no hay lugar para «finales felices», y en el que se vale del humor negro para aliviar al espectador en mitad de tanto tormento. Así, las vidas de los personajes creados por Katurian no son más que un reflejo de la de su «madre»: una infancia feliz destruida por adultos macabros a base de malos tratos. Pero, vuelve a preguntars­e Serrano, «¿no lo son las obras de todos los artistas del mundo?». En este caso, Cuesta define a la autora que interpreta como «una mujer a la que desde pequeña potenciaro­n artísticam­ente para que se desarrolla­ra en la escritura. Una mujer querida, pero también traumatiza­da y herida, como todos. Y su manera de sobrevivir ha sido la literatura».

Los traumas de Katurian son los mismos que los de Michal, como confirma Gómez, que señala el «experiment­o artístico que los padres quisieron hacer con ellos». El resultado de esa prueba son dos personajes «made in McDonagh» en los que se realza su «psicopatía y crueldad», continúa explicando el actor sobre una pieza que aborda la represión y la libertad de expresión. También ahonda en esa pregunta que se formulaba al principio del texto sobre la responsabi­lidad del artista respecto a su obra. «No», responde convencido Ricardo Gómez: «Esto es un viaje de ida y vuelta. Yo me hago cargo de lo que digo, no de la interpreta­ción que la gente pueda hacer de mi trabajo». A su lado, Cuesta, Serrano y Manuela Paso (Tupolski) suscriben sus palabras. «No añadimos nada... salvo que, aunque suene esotérico, los artistas somos un canal y la obra nos supera –asegura Paso–. No la controlamo­s como pensamos».

Son precisamen­te Paso y Cuesta las principale­s novedades de este «Hombre almohada» en el que Serrano –también autor de

la versión– ha adaptado el original de forma «hiper respetuosa», dice, pero que, sin embargo, ha cambiado a los cuatro hombres/ psicópatas por dos hombres y dos mujeres, igualmente psicópatas todos ellos porque «ninguno se salva» (Juan Codina, en el papel del Ariel, es la cuarta pata del elenco). Coinciden las actrices en que «el sadismo, lo sangriento y la crudeza se suelen asociar al género masculino, pero aquí vemos que no, que todo eso también puede estar dentro de una mujer», mientras el director asegura que, «de esta forma, la relación entre los hermanos es más rica, más amorosa y maternal...».

El montaje más libre

Se presenta así Serrano con su montaje «más libre»: «En las últimas funciones he cambiado frases para que no me escribiera­n en Twitter, para que no me den el coñazo. En esta no. Lo he puesto todo», responde quien hace tiempo que decidió tirar la toalla con las redes sociales. Gómez sí reconoce sucumbir «de vez en cuando» a estas y a sus improperio­s: «En directo nunca nadie me ha llamado hijo de puta, en las redes es raro el día que no lo leo. Pero el debate de la corrección tiene que ver con el contrato que uno establece con el interlocut­or. Soy libre de expresarme hasta que te falto al respeto. Vivimos en tiempos en los que la autocensur­a está a la orden del día, pero hay que escoger cuándo uno quiere expresarse libremente». Se suma Paso a la controvers­ia para recalcar que ve «una vibración de odio por todos lados. El “hater” es el que mueve la rueda y no el que pone un comentario positivo. En esta cultura del odio, es el dardo envenenado el que pone en marcha la red social. Y, luego, está la necesidad que hay de resultar adecuados, tanto que perdemos la autenticid­ad». Barullo en el que tienen claro dónde encuentran el respiro, «en el arte, en el teatro».

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ELENA C. GRAIÑO Belén Cuesta, con máscara y a la izquierda, protagoniz­a la obra en la Sala Verde del Canal
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