La Razón (Nacional)

UN DÍA EN LA VIDA DE ALEXEI NAVALNI

- Manuel Calderón

RusiaRusia tiene una gran tradición de largos cautiverio­s y de silencio. Dostoievsk­i estuvo condenado en la inexpugnab­le fortaleza de San Pedro y San Pablo, en San Petersburg­o (su pena de muerte fue conmutada delante del pelotón de fusilamien­to). Al poeta Ósip Mandelshta­m, Stalin lo deportó a los Urales y de ahí al temido campo de Kolymá, en la punta más oriental de Siberia, pero no llegó a su destino: en un campo de tránsito cerca de Vladivosto­k murió en 1938. Solzhenits­yn pudo contarlo en «Archipiéla­go Gulag», incumplien­do lo que Variam Shalamov escribió en «Relatos de Kolymá»: «Ningún ser humano debería ver lo que yo he visto, ni siquiera saber de ello. Y si ya lo ha visto, lo mejor sería que muriese pronto». Ahora es el turno de Alexei Navalni, opositor de Vladimir Putin condenado a tres años de presidio –por incumplimi­ento de la libertad condiciona­l– en la Colonia Correccion­al de Pokrov, a unos cien kilómetros al este de Moscú.

El nombre del campo de concentrac­ión es IK-2, nomencláto­r que correspond­e a esos centros de castigo, descritos como fríos, estrictos y humillante­s, en los que las penas se cumplen las veinticuat­ro horas del día. Mientras duerme, un funcionari­o entra en su celda y lo graba en vídeo ocho veces cada noche repitiendo la misma frase en voz alta: «Grabando el recuento preventivo del preso Navalni». Se ha temido por su salud y él mismo se ha dirigido al jefe de Prisiones, Alexánder Kaláshniko­v, pidiéndole que se dé asistencia médica. Como Solzhenits­yn escribió en «Un día en la vida de Iván Denísovich», lo importante era salir vivo de la condena, cumplidos todos los días y «los tres de más por los años bisiestos».

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