«Sweat»: los influencers también lloran y están solos
A través de un relato más complejo de lo que parece, el director Magnus Von Horn se adentra en la otra cara de las redes sociales
Publicitan productos –en cuya eficacia no siempre creen– por dinero, retransmiten a través de una pantalla la cara más luminosa y aparentemente perfecta de la cotidianidad de sus vidas mediante reflexiones que se integran de forma diaria en el imaginario colectivo de millones de usuarios cuya meta es parecerse a ellos; comparten información, experiencias y «tips» sobre temas en los que se consideran expertos y exhiben de manera comercial sus cuerpos. Pero pese a toda esa nebulosa de complejo análisis que la figura del «influencer» suscita, el cineasta sueco Magnus Von Horn advierte con inteligencia en «Sweat», su nuevo trabajo, algo aparentemente obvio: ellos también lloran, también sufren, también se sienten solos.
Un trabajo «serio»
Dispuesto a dejar en manos del público la crítica que este tipo de gurús plastificados, Von Horn dignifica esta realidad en una entrevista con LA RAZÓN y compara la reticencia que pueda suponer para parte de un sector de la sociedad considerarlo un «trabajo serio» con la mirada ajena con la que en ocasiones se percibe el trabajo de director: «La realidad es que actualmente hay muchísima gente viviendo de esto. Conozco a varias personas de mi entorno que han conseguido ganarse la vida a través de las redes sociales, por lo que creo que no considerarlo un trabajo sería absurdo. Para algunos el de realizador por ejemplo resulta extraño también».
A lo que añade jocosamente Magdalena Kolesnik, que encarna a la protagonista: «En realidad, lo de profesionalizar las cosas es muy interesante porque yo misma por ejemplo me siento un poco bicho raro cuando estoy tratando de memorizar un guión, de recordar palabras. A veces mi madre incluso me ha llegado a decir que qué estoy haciendo, que qué clase clase de proceso extraño y artificial sigo», reconoce entre risas. En el filme, que ha competido en la sección oficial de la pasada edición del Festival de Cannes (que no la del año pasado), Kolesnik retrata con profundidad el trastero emocional menos edulcorado de Sylwia, una influencer de fitness polaca que pese a contar contar con el calor de sus seguidores y el impulso energético de los «unboxing» diarios comienza a sufrir las consecuencias más sórdidas de la viralidad. «La lucha de Sylwia se parece mucho a la mía como intérprete. Ella en el fondo quiere ser real, no desea fingir ni pretender nada y se siente sola. Este papel me ha servido un poco como terapia para reorientar mis objetivos como intérprete. Todos podemos llegar a sentirnos acompañados en la soledad de los demás y eso es muy humano y en el fondo reconfortante», recalca la actriz.