Dos hermanos (manchados) de sangre
Borja de la Vega dirige su primer largo, un drama familiar protagonizado por Ricardo Gómez y Bruna Cusí
Sigue existiendo algo de corruptible en el concepto cinematográfico de familia española y prueba de ello es que son contadas las ocasiones en las que –y ni siquiera el género de la comedia se queda fuera de esta ecuación– se representa en la gran pantalla con un aura sacralizada. Siempre hay aristas, manchas, túneles emocionales enfangados por los que a veces da pánico entrar. Las relaciones fraternales por ejemplo pueden llegar a ser autodestructivas porque nacen de la misma raíz, de la misma tierra. Son vínculos plagados de contradicciones, de limitaciones indirectas.
Dependencia absoluta
Todo ese compendio de claroscuros tan potencialmente interesantes es algo que Borja de la Vega quiso atrapar desde el principio en «Mía y Moi», su primera película como director tras años dedicado a la representación de actores: «Me atraía mucho la idea de plasmar cómo lo que vives en la infancia, en el momento en el que te estás formando como persona y construyendo como el adulto que serás en un futuro te modifica. Mía y Moi, además de ser hermanos, son supervivienEric
«PEQUEÑO PAÍS»
supervivienEric Barbier. E. Barbier (basado en la novela de Gaël Faye). Jean-Paul Rouve, Djibril Vancoppenolle, Dayla De Medina. Francia, 2020. 111 min.
Genocidio: exterminio o eliminación sistemática de un grupo humano por motivo de raza, etnia, religión, política o nacionalidad. Desde que existe el mundo, los seres humanos han querido matar a otros, el motivo es indiferente y siempre suena a sucio pretexto. Y si es tes de una misma situación en la infancia, y esto les ha obligado a forjarse un carácter basado por completo en el “nosotros contra el mundo”», asegura De la Vega.
A lo largo de esta cadenciosa ópera prima en la que los silencios y la contenida gestualidad de Ricardo Gómez –quien da vida al difícil personaje de Moi– llega en ocasiones a expresar mucho más que los diálogos, asistimos a la interacción lastrada por la reciente muerte de la madre entre Mía (Bruna Cusí) y Moi, dos hermanos que se refugian durante el verano de la pérdida en la casona familiar junto con la pareja de Moi. Cusí asegura que se trata de una relación «de dependencia absoluta que llega hasta las últimas consecuencias. Puede resultar incluso enfermiza. Al venir de una familia disfuncional y siendo huérfanos ambos han tenido que hacer un poco de todo. De padre, de madre, de amantes…». Una visión que Ricardo Gómez comparte y define en forma de remate de manera similar: «Ellos se necesitan un poco más de la cuenta. Y eso es algo que provoca que haya partes de la relación que no sean del todo sanas. Se tienen un amor incondicional y no todo resulta tóxico entre ellos, pero hay partes que sí lo son», apostilla.
Se acabaron los juegos
un vecino, mejor. Burundi, 1993. Los padres de Gabriel y Ana, un empresario francés expatriado y una mujer de origen ruandés, forman un hogar tranquilo. Si embargo, todo alrededor comienza a dinamitarse por la situación que está a punto de estallar en el país y que amenaza con reventarlo. Etnias enfrentadas hasta más allá de la vida, la muerte del presidente en un atentado y la violencia que se desata en las calles de manera atroz. La familia debe separarse, estalla la guerra civil y el exterminio sistemático de los tutsis. En un medido in crescendo, la película deja atrás la primera media hora, en la que Gabriel se siente feliz por una bicicleta nueva y mientras juega en una camioneta abandonada, para abocarnos después al desmoronamiento de una sociedad que se desangra. En este sentido, las durísimas imágenes casi al final en la que unos jóvenes queman vivo a
otro suponen el brusco fin de la inocencia de un niño, de todos los niños del planeta, condenados a vivir para siempre con el peso de la barbarie.