La Razón (Nacional)

Un genio de calidad temprana

- Ángeles López

Ha muerto, porque todos morimos de nuestra propia muerte, el último Premio Cervantes que rompió todas las costuras entre la entraña y la sabiduría. Nos deja la pausa, la herencia entre el clasicismo y el hedonismo de la tierra luminosa que le vio nacer, Oliva (Valencia). Supo, perfectame­nte, qué hacer con su vida y con su pluma desde su infancia entre Marsella y San Sebastián, donde se fue forjando su idea de la belleza y la pérdida. Cuando se convirtió en estudiante de Derecho, ya elucubraba los versos de su primer poemario, «Las brasas» (Premio Adonais 1959). Tarde para un poeta, pronto para la travesía de un genio. Le olía el cuerpo a Cernuda y a sensualida­d; la primera seña de identidad de su poesía sensorial. Aunque fuera compañero del alma y vecino de Caballero Bonald, yperteneci­era a la nómina de la Generación del 50, siempre fue un alma libre. Distinta y heterodoxa porque navegaba entre el ensimismam­iento y la la lucidez. Exquisitez y sordidez aunadas en los mejores versos. Compactos, espléndido­s. Así nacen sus poemarios con laxitud en el tiempo: «Aún no», de 1971. «Insistenci­as en Luzbel», de 1977. «El otoño de las rosas», de 1986 (Premio Nacional de Poesía). «La última costa», de 1995... Conocemos a sus afines: Luis Antonio de Villena, Fernando Delgado, Carlos Marzal, Vicente Gallego, Jaime Siles, Guillermo Carnero, pero siempre ignoro si los nuestros nos hacen mejores. Solo sé que el maestro vivió para y por la poesía «aunque mi existencia ha sido modesta es la que considero más asequible a mí. Debo decir que ha sido maravillos­a». Tomó la realidad como un verdadero delirio consensuad­o consigo mismo, con un verso bordado en amarillo y con una voluntad entre lo ascético y lo epifánico. Jamás pretendió ser el más singular de ente sus pares pero sí sobrevivir poéticamen­te como él mismo.

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