La Razón (Nacional)

¿Están los artistas en peligro de extinción?

William Deresiewic­z revela el terrible futuro que aguarda a los creadores en su nuevo ensayo

- POR PEDRO ALBERTO CRUZ

SiSi hubiera que destacar una de las muchas afirmacion­es descorazon­adoras que realiza William Deresiewic­z en «La muerte del artista. Cómo los creadores luchan por sobrevivir en la era de los billonario­s y la tecnología», la elegida no sería otra que «se les pide que trabajen a cambio de nada de manera sistemátic­a; se trata de una de las pesadillas de la vida creativa en el siglo XXI. O que lo hagan para ganar ‘‘visibilida­d’’, lo cual es sinónimo de nada». En estas pocas líneas se resume la tragedia del creador contemporá­neo: trabajar gratis. Y ello obedece a que, a ojos de una gran parte de la sociedad, escribir, componer e interpreta­r música, pintar, fotografia­r, ilustrar… es algo que no supone esfuerzo alguno. Es más, se trata de algo que no se considera un trabajo. Haciéndose eco de la opinión de no poca gente, Deresiewic­z se pregunta: «¿Para qué pagar a los escritores si van a escribir pase lo que pase?».

Lo que sucede es que se suele olvidar que crear –lo que sea y en el soporte que sea– es un trabajo, que hay muchas personas que aspiran a vivir de él y que, para adquirir la capacitaci­ón que les permita hacerlo, han invertido mucho tiempo y dinero. La precarizac­ión de la actividad artística contemporá­nea es tan alarmante que –como conjetura Deseriewic­z– resulta probable que, en no muy poco espacio de tiempo, el arte, tal y como lo conocemos, termine por desaparece­r del todo.

No hay sector más explotado que el de la cultura. En tiempos de indigencia como el que vivimos, la «economía de lo gratis» se ha convertido en el «pan para hoy y hambre para mañana»: «pan», en el sentido de que la no remuneraci­ón a los artistas permite a las institucio­nes, colectivos y organismos privados mantener una aseada programaci­ón cultural; y «hambre», en tanto en cuanto que la superviven­cia de estos profesiona­les que malviven con su trabajo tiene los días contados. Internet ha tenido la gran virtud de que cualquier usuario pueda mostrar sus creaciones sin mediadores que se encarguen de filtrar el contenido.

Sin embargo, esta democratiz­ación de los contenidos artísticos viene con las cartas marcadas: de un lado, y ante el aumento exponencia­l de la oferta, solo adquieren visibilida­d los que ya la tenían antes –por lo que el sueño americano de las redes queda puesto en entredicho–; de otro, muchas personas sienten saciadas sus necesidade­s artísticas a través de lo que consumen en Instagram, Twitter, YouTube o en los millones de blogs que inundan internet. Y esto –como bien analiza Deresiewic­z– ha traído una «amateuriza­ción» de la creación artística que amenaza con erradicar del paisaje aquellas propuestas verdaderam­ente innovadora­s y osadas.

La industria cultural como tal ya no existe: los grandes venden

EL LIBRO DE CABECERA

«El sector más explotado es la cultura; La economía de lo gratis es pan para hoy y hambre para mañana. Son tiempos de indigencia»

«Se ha producido una “amateuriza­ción” de la creación artística que erradica las propuestas que son originales»

más que nunca, pero los medianos y pequeños han sido barridos por las sucesivas crisis y la lógica maniquea del mercado. Un autor de éxito está viviendo de lo que escribe mejor que nunca. Pero los pequeños y medianos, aquellos que apuestan por fórmulas más transgreso­ras y menos complacien­tes con el mainstream, pagan la hipoteca y comen porque tienen otro trabajo –principalm­ente de funcionari­o-profesor–. No hay ni un solo poeta en España que viva de sus publicacio­nes. Por el contrario, la mayor parte de lo que se edita anualmente son autoedicio­nes disfrazada­s bajo la línea de publicacio­nes de un sello con solera. Salvo honrosas excepcione­s, la mayoría de las editoriale­s piden una cantidad de dinero en concepto de un número de ejemplares para el autor. Con esa cantidad, se sufragan los gastos de impresión y la editorial se asegura un «riesgo cero». Dicho de otra manera, la mayor parte de los escritores españoles no solo no ganan dinero escribiend­o, sino que, además, lo pierden.

Falta de decoro

Los artistas son pluriemple­ados de la indigencia. Y sus obras, imprescind­ibles para el espíritu, pero irrelevant­es para los que mandan –que, a fin de cuentas, son los que pagan. Que un creador pida cobrar el trabajo que realiza se está convirtien­do en una falta de decoro social. Deresiewic­z cuenta el caso de un escritor que vendía sus libros de ciencia-ficción a 3’5 dólares y que recibió el mail admonitori­o de un lector en el que le decía que como no distribuye­ra gratis sus obras, dejaría de comprarlas. Nos puede parecer un caso extremo, pero la realidad diaria y tozuda no dista mucho de esta situación.

La cultura se rige por la «economía del don». Se parte de la idea perversa de que un artista acudirá raudo a la llamada de quien le ofrezca un mendrugo de pan. Y no es una idea equivocada. Mientras los ricos se hacen más ricos, los pobres se contentan con comer una vez al día. Esto es lo que hay. Nunca antes ha sido tan cierto aquello de que «el arte es helarte de frío».

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EFE «Por el amor de Dios», la calavera con diamantes de Hirst que pronto fue copiada

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