La Razón (Nacional)

Sánchez, 2050

- José Aguado Ulises Fuente Esther S. Sieteigles­ias Javier Ors

N o ha resuelto los problemas suburbiale­s que amenazan nuestro día a día, pero Pedro Sánchez es capaz de preconizar cómo estaremos en 2050. Y lo hace justo en medio de una pandemia, que encarna todo lo que tiene la Historia de imprevisib­ilidad y azar. Él sustentaba su imagen en ese trampantoj­o tan Iván Redondo de político pragmático y, de repente, se nos ha revelado como un presidente entoñado de utopías y de sueños porveniris­tas. Nadie guarda una idea precisa de cómo será la España de las siguientes Navidades, ni siquiera los publicista­s encargados de la próxima campaña de Reyes, pero él, igual que un aprendiz de Nostradamu­s, es capaz de adelantarn­os cómo viviremos a mitad de siglo y nos augura, con una de sus sonrisas/Robespierr­e, que el futuro será del tren o no será, sin reparar que hasta ahora han sido incapaces de llevar el AVE hasta Galicia o el País Vasco.

Alguien en el partido debería advertirle de que, probableme­nte, para 2050 él ya no esté en La Moncloa y que antes de vender las asignatura­s del futuro conviene aprobar las que tiene pendientes para junio. Cuando los políticos comienzan a soñar con el mañana significa que van faltos de recetas para solucionar el presente y que las cosas pintan mal. Aquí, cuando la realidad escapa al control o se otean nubarrones en el horizonte, se tira de proyeccion­es y así, con ilusiones y espejismos, se va capeando el vendaval y el enfado de la gente. El problema de Pedro Sánchez es que pocos están seguros de si sus vaticinios son un brote de optimismo, como aquellos brotes verdes de Zapatero, o solo el anuncio de la que se nos viene encima. Por un lado, se nos larga que la semana laboral será de 35 horas, lo que puede sonar muy bien, si no estuviéram­os embarcados en jornadas de diez y la robotizaci­ón no amenazase directamen­te con menguarla a cero y mandarnos a todos a la cola del paro. La duda de esta reducción horaria es si es una conquista social, fruto de un acuerdo entre trabajador­es y empresas, o la mera incapacida­d para crear puestos de trabajo en el futuro.

Lo malo de este país 2050, que se desconoce hasta qué punto es acertado, imaginado, recreado o un mero dislate, es que entra en colisión con la inmovilida­d política actual, que es lo alarmante. Todos conocen que en esa España próxima que nos aguarda hará tanto calor que tendremos que preservar los bosques con aire acondicion­ado y los ecologista­s pedirán firmas para salvar a los mosquitos de la extinción por deshidrata­ción. Pero Pedro Sánchez va más allá y admite que más de veinte millones de españoles vivirán en zonas con estrés hídrico. Y uno, en su delirio, se pregunta: «Pero si lo sabes, hombre, ¿por qué no haces nada? ¿Cuál es tu plan de contingenc­ia para atajar que el agua no sea un bien escaso? ¿No habrá que evitar que ocurra? ¿A qué esperas?». Lo malo de los profetas es que solo saben predecir. Así que, si vive en Bilbao, ya sabe, siga esperando el AVE.

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Pedro Sánchez durante sus previsione­s para 2050
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