BIELORRUSIA SE ACERCA A RUSIA TRAS SECUESTRAR UN AVIÓN DE RYANAIR
LosLos disidentes bielorrusos esperan ser arrestados en el país. Hasta el 23 de mayo pensaban que estaban a salvo en Occidente. Fue entonces cuando Roman Protasevich, un periodista y activista bielorruso de 26 años, tomó un avión de Ryanair que debía volar de un país de la UE (Grecia) a otro (Lituania). Para su horror y asombro del mundo, el Gobierno autocrático de Bielorrusia secuestró el vuelo. Protasevich fue arrestado junto con su novia rusa, Sofia Sapega.
Alexander Lukashenko, el dictador de Bielorrusia, se ha visto sacudido por las protestas masivas contra el fraude de las elecciones del año pasado. El periodista opositor ahora detenido cofundó Nexta, un canal de Internet que cubrió, galvanizó y en parte organizó esas movilizaciones. Por todo ello se enfrenta ahora a una condena de cárcel de 15 años.
Los Gobiernos occidentales reaccionaron con contundencia. Los líderes de la UE exigieron la liberación de los dos jóvenes, cerraron los aeropuertos europeos a la aerolínea estatal bielorrusa y aconsejaron a sus propias aerolíneas que evitaran el espacio aéreo del país. Reino Unido, también. El paso políticamente más significativo vino de la vecina Ucrania, que prohibió la importación de electricidad de Bielorrusia.
Reino Unido, la UE y Estados Unidos trabajan hoy en nuevas sanciones económicas contra el régimen de Lukashenko. Es probable que lleve tiempo conseguir que los 27 miembros de la Unión Europea se pongan de acuerdo en esas represalias, pero si los líderes occidentales alguna vez se reprimieron porque razonaron que tales movimientos acercarían a Minsk a Moscú, las acciones de Lukashenko han hecho que sus preocupaciones sean menos decisivas.
El Kremlin está encantado. Los canales de televisión rusos difundieron las mentiras del dictador bielorruso y Sergei Lavrov, ministro de Relaciones Exteriores de Rusia, proporcionó la justificación. «Rusia nunca dejará a Bielorrusia en problemas… y siempre acudirá al rescate de nuestro vecino y aliado estratégico. Tenemos una historia y unos valores espirituales comunes».
El principal punto en común entre los dos regímenes, sin embargo, es el miedo a los levantamientos populares que podrían expulsarlos del poder. El verano pasado, cuando las protestas se apoderaron de Bielorrusia, parecía que otra «revolución de color» en un antiguo Estado soviético podría derrocar al dictador. Vladimir Putin intervino ofreciendo ayuda económica y prometiendo proporcionar cuadros de seguridad para apuntalar las fuerzas de Lukashenko. También envió un equipo para hacerse cargo de la maquinaria de propaganda por si fuera necesario. El objetivo no era empoderar a Lukashenko, de quien desconfía, sino asegurar su control sobre el país que considera un campo de batalla esencial en su enfrentamiento con Occidente.
Durante años, Lukashenko había jugado inteligentemente con Rusia contra Occidente, chantajeando a ambos para extraer dinero. Cuando Putin presionó por una unión más profunda entre Rusia y Bielorrusia hace dos años, para poder presidir un nuevo imperio, Lukashenko se resistió. Al robar las elecciones y luego ordenar las detenciones, las palizas y la tortura de los disidentes, el dictador ha destruido la última mota de legitimidad que tenía en casa y ante las potencias extranjeras que lo habían tolerado. Ahora solo le queda un posible aliado, un entusiasta del judo en Moscú.
Putin se reunió con Lukashenko el 22 de abril y elogió los avances en la profundización del «estado de unión» entre los dos países. Unos días antes, el FSB de Rusia, el servicio de seguridad que ahora juega un papel dominante en la política rusa, dijo que había cooperado con el KGB bielorruso (como todavía se llama) para descubrir un complot occidental para asesinar a Lukashenko.
En Bielorrusia, la trama se convirtió en una película de propaganda, «Matar al presidente». En palabras de Nikolai Karpenkov, uno de los generales de Lukashenko, «mostró claramente que esta oposición suave y amable que lucha por cambios pacíficos son en realidad perros sanguinarios preparando un golpe militar, asesinato y secuestro». Los servicios de seguridad bielorrusos afirmaron que, de hecho, estaban luchando contra el terrorismo, en lugar de propagarlo: «Estamos dispuestos a actuar. Tan pronto como llegue la orden, los encontraremos y los purgaremos. Haremos el mundo más libre». Secuestrar el vuelo de Ryanair para arrestar a Protasevich era parte de la operación «antiterrorista» que se deriva de esta colaboración cada vez más profunda con Rusia, y quizás también tenía la intención de asegurar la asistencia financiera de Minsk en caso de sanciones más severas; un trato cínico de hecho. Bielorrusia está poniendo a prueba nuevos límites a lo que Freedom House, una ONG estadounidense, llama «represión transnacional». Los regímenes autoritarios como los de Rusia, China y Ruanda llevan mucho tiempo atacando a los disidentes domésticos más allá de sus fronteras. Algunos ahora estarán tentados a copiar las novedosas tácticas de Lukashenko. Los disidentes exiliados de todas las nacionalidades estarán más cautelosos cuanto suban a un avión. Los opositores bielorrusos se preguntarán si están seguros sobrevolando Rusia, que es más difícil de evitar que su tierra natal. Cuando Biden se reúna con Putin dentro de tres semanas, el demócrata y el déspota tendrán aún más de qué discutir.
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