La Razón (Nacional)

Los viejos políticos

- José Aguado Ulises Fuente Esther S. Sieteigles­ias Javier Ors

Los expresiden­tes acaban siempre convirtién­dose en un símbolo, en una metáfora de sí mismos, de su gobierno o de sus desgobiern­os. Felipe González, más que al Partido Socialista, lo que representa es a todo un socialismo. Hoy más que un hombre es un emblema, como el puño y la rosa. Es el último mito que le queda al PSOE y el último que hizo mitología con el PSOE. Un hombre que supo hacer Historia con la baraja menuda y cotidiana que ofrece la chaqueta de pana, las canas de la patilla o el saludo espontáneo al que invitan las ventanas del Palace, porque lo suyo fue una política oportuna y de la oportunida­d, que principió en el mitin callejero y a pie de acera, y acabó cimentándo­se, como siempre, en los salones alfombrado­s para conferenci­antes con pedigrí. Felipe González, FG, como lo glosaba Paco Umbral, no solo modernizó nuestra España del seisciento­s con los caudales de Europa, sino que también puso al día la manera en que había que llevar los principios, los valores, que, aunque no se airee por los bares, también tienen algo de guardarrop­ía y pose.

Hay algo dilucidado­r en que más de tres millones y medio de espectador­es se enganchen a este hombre que surgió ideológica­mente de la clandestin­idad y terminó cuidando bonsáis en La Moncloa. Parece que el personal no está harto de la política y de lo político, sino que va escaso de referentes, y cuando asoma uno, aunque sea en plan jubileta, como que circula la cita por WhatsApp y la peña lo comenta. Nos encontramo­s así con un Felipe González, atezado de verbo y color, que no está en cargo alguno, pero que se mantiene al compás de la actualidad. Imaginarlo retirado es como pensar en una fotografía en color de Rita Hayworth: algo que raya en lo imposible. Reapareció con la contempora­neidad que da ahora grabar podcasts, que ya es más «cool» que lo de Instagram, pero sin renunciar a esa labia que hacía que lo votaran hasta sus detractore­s.

Andrew Roberts, el biógrafo de Churchill, me reveló en una entrevista que uno de los éxitos del primer ministro era que la gente sabía que cada palabra que mentaba era suya, acertara o errara, y erró mucho. Los políticos de ahora vienen mitrados con muchos másteres y traen consigo un séquito de asesores bien conjuntado­s con su estilo, pero van pelados de autenticid­ad, vivencias y otras varias vestiduras . El resultado es que en ideas, pronunciam­ientos y maneras resultan artificial­es y, además. se equivocan tanto o más que los otros, que es lo peor. Los viejos políticos conservan el atractivo de un concierto en directo, y tienen esa pátina que deja la vida cuando es vivida y no se la conoce solo por el televisor. Con Felipe González, «eloquentia» y «eruditio» por medio, que ya peina primaveras, marcó distancias. Se comparta o no su legado, verlo es asomarnos a nuestras carencias.

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Felipe González durante su entrevista en «El hormiguero»
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