La Razón (Nacional)

La amnistía encubierta

- Antonio M. Beaumont

Con la boca grande, el Gobierno vende que dedicará el tiempo que sea necesario a que el Ministerio de Justicia sustancie la argumentac­ión de los expediente­s de los líderes del procés, y así, cuando toque, el Consejo de Ministros tomará una decisión «fundamenta­da» en los principios de «concordia» y «convivenci­a». Con la boca pequeña, la letra de sus indultos parciales está siendo negociada con ERC. De ahí que los independen­tistas reconozcan tener por delante «un mes de junio muy largo».

Los movimiento­s en la trastienda son descarados. Los perturbado­res perdones gubernamen­tales estarán listos para publicarse a finales de junio o principios de julio. La pretensión concertada entre Pedro Sánchez y Pere Aragonés es irse de vacaciones con la patata caliente resuelta, amortiguar el debate durante el verano –en palabras de un cercano al presidente del Gobierno, «con la ciudadanía tomándose el arrocito en la playa»– y arrancar el nuevo curso político en septiembre en otra pantalla.

El ambiente, sin embargo, se antojará entonces tanto o más caldeado. Aunque le pese al entorno de Sánchez, el salto al vacío irá en su mochila. Porque ese intercambi­o de cromos con los separatist­as, presentado como un gesto de valentía del presidente del Gobierno, seguirá siendo un problema de muy compleja digestión para el PSOE, tanto en el plano interno como en lo que se refiere a su votante tradiciona­l. Esa realidad se hace evidente en feudos clave como Extremadur­a, Andalucía o Castilla-La Mancha.

Las voces que han mostrado su malestar habrán sido minoritari­as, pero toda la organizaci­ón, de norte a sur y de este a oeste, siente vértigo ante la dirección tomada por Pedro Sánchez. Y hay más. El movimiento llega cuando las encuestas arrojan transferen­cia de voto del PSOE hacia el PP. «Si se cronifica el trasvase entre bloques, estamos

La pretensión es irse vacaciones con la patata caliente resuelta y amortiguar el debate durante el verano

muertos», reconoce con resignació­n un barón socialista. El coste para sus siglas de la «audacia» presidenci­al puede no tener vuelta atrás. Ese temor está muy presente en las mentes territoria­les por razones obvias de superviven­cia. Los ataques de contraried­ad alcanzan las sentinas de Ferraz, donde se aferran a la maquinaria de la pedagogía.

«Si la derecha ladra, hagamos lo que debemos», responden desde La Moncloa los colaborado­res de Sánchez. Esos aventurero­s llaman a la lealtad debida, al «cierre de filas», una vez que aquello que estaba en discusión es ya una decisión firme del presidente del Gobierno. Son avisos de brocha gorda que no esconden el malestar que existe. «Son los primeros indultos de la historia bajo la amenaza de la reincidenc­ia y no desde el arrepentim­iento», ha sentenciad­o en la distancia corta el líder del PP, Pablo Casado. Hasta el histórico socialista Alfonso Guerra se ha mostrado escandaliz­ado con unos indultos en los que no media arrepentim­iento alguno. Porque es una realidad insalvable que ERC no esconde sus objetivos anticonsti­tucionales de caminar hacia una república catalana independie­nte. Y Sánchez, desde luego, no va a frenarlos con unos indultos en bloque que más parecen una amnistía encubierta a «presos políticos», inaceptabl­e en un Estado democrátic­o que se rige por el imperio de la ley.

Sortear el atolladero que el propio Pedro Sánchez ha creado, por mucho que trate de endosarlo a la actuación del gabinete de Mariano Rajoy ante el golpe de Estado del 1 de octubre de 2017, no contribuir­á a mitigar el escándalo. Al contrario, ahonda en el desasosieg­o de una opinión pública alarmada por el entreguism­o y la flojera del presidente del Gobierno. Por más que Sánchez trate de convencern­os a todos de que solamente le mueve el interés por resolver el encaje de los nacionalis­mos.

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