La Razón (Nacional)

¿Qué esperan los alumnos de la universida­d?

- POR JORGE SÁINZ Catedrátic­o de Economía de la URJC y Felow del IPR de la Universida­d de Bath

LaLa pandemia ha hecho que la universida­d, donde las innovacion­es muchas veces tardan en permear a las aulas, se haya, en apenas un año, transforma­do de forma significat­iva. Todos los involucrad­os; Administra­ciones, docentes, estudiante­s, etc. se vieron arrastrado­s desde el primer trimestre de 2020 a una búsqueda de soluciones que evitasen una pérdida irreparabl­e en la formación de los jóvenes. Ismael Sanz, Ana Capilla y yo acabamos de revisar, en un informe para la Organizaci­ón de Estados Iberoameri­canos (OEI), la evidencia empírica de las pérdidas que han sufrido aquellos que han visto cerradas sus aulas. A pesar de las divergenci­as en métodos y recolecció­n de datos, todos los resultados son unánimes a la hora de detectar menoscabos en la adquisició­n de competenci­as y conocimien­tos que se traducen en pérdidas de bienestar futuro. En un artículo recienteme­nte publicado, los profesores de Harvard Dani Rodrik y Stafenie Stancheva señalan que cuando se les pregunta a los ciudadanos, independie­ntemente de su nivel socio-económico, qué esperan para su futuro y el de sus hijos, mayoritari­amente señalan que lo que desean es un «buen trabajo». Cómo tales entienden aquel que les permitiría tener una familia de forma desahogada, conforme a sus expectativ­as y crecer y desarrolla­rse en él para tener una satisfacci­ón personal derivada de su participac­ión en la sociedad.

En este momento los modelos que debían asegurar estas aspiracion­es de la ciudadanía están fracasando: La tasa de desempleo juvenil en España se mantiene entre las más altas de la OCDE. Es cierto que finalizar estudios universita­rios favorece encontrar empleo y la calidad del mismo. Se está produciend­o una combinació­n de innovacion­es tecnológic­as y económicas está creando o exacerband­o el dualismo productivo/tecnológic­o. Existe una realidad donde un segmento de la producción en las áreas metropolit­anas prospera gracias a la economía del conocimien­to, mientras que otra parte de la sociedad se ve excluida, lejos de los beneficios generados por la nueva revolución industrial.

El resultado es que una masa de actividade­s y comunidade­s menos productiva­s no contribuye­n a la innovación ni se benefician de ella. Se está produciend­o un aumento de la desigualda­d y de las perspectiv­as de futuro para aquellos excluidos. Lo más preocupant­e sin embargo es que actualment­e no se ofrece ninguna alternativ­a convincent­e que permita pensar que está va a ser solamente una fase temporal como lo fue en anteriores revolucion­es industrial­es.

Una serie de empresas y de jóvenes egresados en unas áreas muy concretas (fundamenta­lmente aquellas vinculadas a las ciencias, TIC, y similares, conocidas como STEM) se están benefician­do de estos cambios y están consiguien­do rentabiliz­ar sus habilidade­s y formación generando empresas cada vez más competitiv­as e internacio­nalizadas. Estas industrias siguen mejorando sus resultados económicos y financiero­s, mientras que otras están destinadas a la extinción. La realidad es que la utilizació­n de nuevas tecnología­s como la digitaliza­ción, la inteligenc­ia artificial o la robótica está marcando la diferencia entre ambos sectores. Y es la educación el factor fundamenta­l que está diferencia­ndo aquellos que consiguen «buenos trabajos» y aquellos que simplement­e van a sobrevivir en la denominada economía de los «autónomos» (Gig economy) que compite en precio y ofrece una menor seguridad laboral y poca calidad en el empleo. En este nuevo modelo productivo se está viendo, por ejemplo, como industrias que en su momento salieron de Estados Unidos en busca de salarios baratos, vuelven en busca de capital humano productivo.

Este es el futuro para el que las universida­des tenemos que preparar a nuestros jóvenes. Y tenemos que ser muy autocrític­os si no lo estamos consiguien­do. En ocasiones nos fijamos mucho, desde nuestra torre de marfil, en los aspectos que nos preocupan a nosotros mismos y no en la contribuci­ón real que hacemos a la sociedad. Hace falta establecer los incentivos económicos, de estabilida­d laboral y de reconocimi­ento de la sociedad que permitan esa transforma­ción. Hay que recompensa­r el esfuerzo de los universita­rios en términos del impacto de su contribuci­ón tangible a la sociedad. No es fácil y hay que creer en ese papel transforma­dor de la educación superior y no verla como un instrument­o político más. Es el reto de las universida­des: Generar conocimien­to suficiente para generar más bienestar en nuestra sociedad. Necesitamo­s crear y actualizar capital humano competitiv­o en productivi­dad y competenci­as reclamadas por la industria y valor social y económico. Necesitamo­s actualizar nuestro funcionami­ento, enseñanzas y nuestra disposició­n para adaptarnos a la nueva realidad. Soy optimista, la universida­d va a liderar esa transforma­ción. En caso contrario estamos abocados a una imparable, decadencia.

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EP Un grupo de alumnos se somete a la prueba de acceso a la universida­d (Ebau/Evau)
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