La Razón (Nacional)

Rafa puede ser el domingo el mejor de la historia

POR EDUARDO INDA

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Nunca nadie transmitió con más autenticid­ad los valores de un deporte que simboliza los mejores principios éticos, morales y educativos»

AúnAún recuerdo cómo a mediados-finales de los 90 el As, que tenía por aquel entonces a los mejores cronistas de tenis, y al número 1 en la materia, el amigo Miguel Ángel Zubiarrain, se pasaban semanas y semanas hablando de un niño llamado Rafael Nadal Parera. Debía tener 8 ó 10 años. Nadal por aquí, Nadal por allá, Nadal por acullá. Yo no entendía nada. «Tal vez es que son muy amigos de Miguel Ángel Nadal», cavilaba malicioso, pensando que se trataba de un favorcete a su tío, por aquel entonces estrella del Barça y campeonísi­mo de Europa. Yo no le había visto jugar. Pero algo me indujo a pensar que si bendecían ese agua era por algo: desde que tuvo uso de razón estaba patrocinad­o por Nike. Una marca con un sexto sentido para descubrir talento y apostar por él. Cuando aún era un don nadie o poco más se jugaron todo a la carta de un joven escolta de 1,98 llamado Michael Jordan y resultó el mejor deportista de todos los tiempos. Tres cuartos de lo mismo hicieron con Rafael Nadal y la jugada les salió redonda. Y que, efectivame­nte, iba para leyenda del tenis lo requetecon­firmé cuando en 2005 conquistó su primer Roland Garros frente al tramposo argentino Mariano Puerta. Ya en la Davis del diciembre anterior nos habíamos percatado de que iba a ser muy grande. De segundón pasó a convertirs­e en uno de los ejes de la victoria de la Armada en la finalísima de Sevilla, al punto que nuestro protagonis­ta se convirtió en el campeón más joven del mítico torneo entre naciones.

Destacaba por muchas cosas, pero una por encima de las demás: un físico que le permitía llegar a la pelota una milésima de segundo antes que sus rivales, golpear tan duro como el que más y aguantar fresquísim­o partidos maratonian­os. Un físico superdotad­o que, unido a una fortaleza mental única, le catapultó al Olimpo. Tengo el honor de haber sido invitado por él o por la familia a no menos de 10 finales ganadas por nuestro hombre: tuve el privilegio de presenciar in situ la primera en la Philippe Chatrier y, casualidad­es de la vida, ese año (2005) coincidí con él como invitado y ponente en ese Foro sobre Deportes que acabaría con los huesos de Iñaki Urdangarin en la cárcel. También presencié la primera final de Wimbledon, que coincidía con la del Mundial, ese Francia-Italia del célebre cabezazo de Zidane a Materazzi, y compartí con nuestro protagonis­ta el postpartid­o acompañado de uno de los íntimos del clan, Romeo Sala. Aquella noche estaba de un humor de perros. Sabía que se le había ido un título, el más preciado, pese a haberlo tenido en su mano frente a un Federer que le dobló el pulso porque era más experiment­ado que él. La de 2007 en Londres también pasó de largo y a la tercera fue la vencida en ese cara a cara de 2008 con el suizo, considerad­o el mejor match de la historia, que se inició a las 14:36 y concluyó a las 21:25, con todos los presentes intentando adivinar por dónde iba la bola porque era más de noche que de día. De entonces acá han pasado muchas cosas y, exceptuand­o alguna que otra recurrente lesión, todas buenas. En su palmarés figuran tantos Roland Garros como Copas de Europa ostenta el Real Madrid en 65 años, 13, cuatro Open USA, un Open de Australia y dos Wimbledon. Veinte grandes. Una salvajada del mejor deportista español de todos los tiempos. Y un detalle nada insignific­ante: si se adjudica el domingo su decimocuar­to Roland Garros se convertirá en el tenista más grande de la historia. Sus 21 Grand Slam estarían por encima de los 20 de ese gentleman que es Roger Federer, retirado ayer, y tres más que los 18 del un año más joven Djokovic. En lugar de estudiar tantas mamarracha­das en los colegios y en las universida­des, mamarracha­das que se disparan al infinito con la Ley Celaá, Nadal debería ser asignatura obligatori­a. Nunca nadie transmitió con más autenticid­ad los valores de un deporte que simboliza los mejores principios éticos, morales y educativos. El trabajo, el esfuerzo, la austeridad, la disciplina y, lo que tiene más valor tratándose de quién se trata, la humildad. El domingo puede ser un gran día para Rafa y para España. El más grande de todos. Y eso que el listón está en la estratosfe­ra.

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AP Nadal se medirá hoy en octavos con el italiano Jannik Sinner
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