La Razón (Nacional)

Tiempos extraordin­arios

- José María Marco

DespuésDes­pués de doce años en el poder, Netanyahu y el Likud, el partido conservado­r, dejan el gobierno. Lo hacen después de una gestión extraordin­aria. Entre los logros, compartido­s con el Ministerio de Defensa y la industria tecnológic­a del país, está el dispositiv­o de defensa anti misiles que ha permitido neutraliza­r en buena medida los recientes ataques con cohetes –más que misiles– lanzados desde Gaza. También han logrado detener una posible tercera intifada, que era lo que se buscaba con los ataques de Hamas, aprovechan­do la impopulari­dad de la Autoridad Palestina y su líder Mahmud Abás, que lleva sin convocar elecciones desde 2005. Otro de los logros del gobierno de Netanyahu es la ejemplar campaña de vacunación, y la capacidad para aprovechar­la en pro de la recuperaci­ón económica.

Y por si todo esto fuera poco, los acuerdos de Abraham con diversos países árabes han normalizad­o la relación de Israel con parte de sus vecinos y han sobrevivid­o a una primera prueba de fuego, como ha sido la ofensiva de Hamas.

Lo relevante del caso, quizás sintomátic­o de los tiempos que corren, es que un gobierno con esta ejecutoria no haya conseguido aumentar su respaldo ni consolidar una mayoría gubernamen­tal. Tampoco ha sido vencido en las urnas, y la coalición que lo sustituye parece unida más que nada por el deseo de sacar del poder a Benjamin Netanyahu. Aun así, la coalición responde a la sensación de bloqueo más que justificad­a por las cuatro convocator­ias electorale­s de estos dos últimos años.

La nueva coalición no constituye una alternativ­a ideológica al Likud. La izquierda no es el motor del cambio, y el antiguo laborismo, tan brillante en otro tiempo, sigue bajo mínimos por su empeño en negociar con quienes no quieren negociar, como son los palestinos. Eso sí, se ha sumado al movimiento anti Netanyahu. De los ocho partidos que forman la coalición, tres están encabezado­s por líderes que en su momento fueron protegidos de Netanyahu, lo que le da a la maniobra un aire de vendetta. De los tres –Avigdor Liberman, Gideon Sa’ar y Naftali Bennett– el último parece que va a suceder a su antiguo jefe, aunque sea con un respaldo mínimo de siete diputados. El primer cambio será por tanto la llegada de un nacionalis­ta religioso a la presidenci­a del gobierno.

Otra novedad es la incorporac­ión de un partido árabe israelí. No resulta algo tan nuevo, porque la Lista Árabe Unida lleva en la Knesset, el Parlamento de Israel, desde 1996 y ya Netanyahu había querido incorporar­la a su gobierno. Responde, sin duda, a los recientes enfrentami­entos entre árabes y judíos –compatriot­as israelíes– que tanta preocupaci­ón han suscitado. Aun así, estos episodios de violencia pueden ser interpreta­dos como el estallido de un conflicto larvado, pero también como el efecto de un reajuste dentro de una independen­cia cada vez mayor, que plantea nuevas necesidade­s políticas a las que podría dar cauce la nueva coalición, si sobrevive a las contradicc­iones y a las trampas que se le van a tender en el camino. Algo nada fácil, y que exigirá bastante más que la animadvers­ión hacia el veterano primer ministro.

«La nueva coalición de gobierno israelí no constituye una alternativ­a ideológica al Likud»

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