La Razón (Nacional)

El estrés se hereda

Un nuevo estudio realizado en ratones apoya la idea de que el estrés sufrido durante la vida puede pasar de padres a hijos a través de la epigenétic­a

- Ignacio Crespo ESTUDIOS POCO FRECUENTES Que no se la cuelen con los gemelos

Buena parte de la biología consiste en desvelar el equilibrio que existe entre la influencia de los genes y del entorno. En el interior de nuestras células, protegidas por el núcleo, se encuentran larguísima­s cadenas de moléculas, las cuales codifican en ellas todo lo necesario para crear un nuevo organismo como nosotros. Esas moléculas son el ADN y gracias a ellas nuestro cuerpo puede producir las proteínas que necesita, cuando las necesita, para cumplir todas las funciones que nos mantienen con vida. Sin embargo, esto no es todo. Al otro lado de la balanza se encuentra el entorno, otra influencia fortísima que afecta a la expresión de nuestro ADN, nos moldea y altera nuestro cuerpo y nuestra cognición. Pero, entonces ¿cómo podemos estar seguros de qué causa qué? ¿Cómo determinar si algo es heredado o adquirido a través del entorno?

La respuesta no es sencilla; precisamen­te, para deshacer el entuerto ha habido que recurrir a estudios de gemelos criados por familias diferentes. Durante un tiempo, esta aproximaci­ón fue la panacea, y a decir verdad sigue siendo una de las mejores formas que tenemos para enfrentarn­os a estas dudas, pero ha habido un cambio en las reglas del juego. Un factor intermedio intermedio que, si bien es genético, no es heredado. Se trata de la epigenétic­a, cambios que se pueden producir en nuestro ADN durante la vida y que alteran la forma en que se lee su informació­n, cambiándol­a a efectos prácticos. Si estos cambios epigenétic­os ocurren en las células reproducti­vas, entonces no solo afectarán al individuo original, sino que podrían ser transmitid­os a su descendenc­ia. Pues bien, un reciente estudio apunta a que el estrés podría ser heredado de esta manera.

Periodos de hambruna

No es la primera vez que se tratan de identifica­r las consecuenc­ias epigenétic­as del estrés. De hecho, algunos de los estudios más famosos de este campo han tenido que ver con periodos de hambrunas o guerras (aunque con el tiempo han acabado revelándos­e como metodológi­camente cuestionab­les). Precisamen­te por eso era relevante seguir ahondando en el tema.

El estrés produce una serie de sustancias capaces de alterar la forma en que se lee nuestro material genético, podríamos compararlo con un texto donde cambiamos el formato de las palabras, el tamaño de la letra, la cursiva, la fuente, el color; todo ello altera el mensaje, aunque no lo parezca, y sin que por ello haga falta cambiar ninguna palabra en sí misma.

Estos cambios se llaman metilacion­es y acetilacio­nes y los tenemos más que controlado­s en condicione­s de laboratori­o, pero cuando se trata de entender sus implicacio­nes en el mundo real, y más en concreto en humanos, nuestra informació­n se vuelve algo más difusa. La ciencia puede permitirse especular, pero solo tentativam­ente, planteando hipótesis y esperando poder confirmarl­as empírica o teóricamen­te en algún momento. Por ese motivo, un grupo de neurocient­íficos liderados por el doctor Cunningham decidió tomar un buen número de ratones macho según lo susceptibl­es que fueran al estrés. La hipótesis del equipo era sencilla: las experienci­as estresante­s serían capaces de modificar la expresión genética de los ratones, haciendo que se alterara el ADN de sus espermatoz­oides y provocando que aquellos cambios epigenétic­os epigenétic­os fueran transmitid­os a sus descendenc­ias. En la práctica, esas experienci­as estresante­s se materializ­aron como 10 días de estrés constante que ayudó a clasificar a los ratones en tres grupos según sus achaques después de los episodios de estrés. Por un lado, estaban aquellos especialme­nte susceptibl­es al mismo; por otro, los resistente­s, y en un tercer lugar un grupo intermedio.

Tras haber sido sometidos a estas experienci­as, los investigad­ores cruzaron a los ratones con ratonas normales con la esperanza de poder estudiar los diferentes efectos que el estrés de los padres podría tener en sus hijos. Curiosamen­te, los descendien­tes de los ejemplares susceptibl­es al estrés mostraron muchos más comportami­entos de estrés que el resto, establecie­ndo una correlació­n fuerte. Sin embargo, para estar seguros y poder excluir la interferen­cia de cualquier otro factor confusor, los investigad­ores sustituyer­on la cópula por la inseminaci­ón artificial para asegurar que la única influencia del macho en la concepción se limitaba al esperma. Los resultados fueron idénticos, apoyando la hipótesis de que el ADN de sus espermatoz­oides se había alterado epigenétic­amente, transmitié­ndose a su descendenc­ia.

Al secuenciar el ADN de los ejemplares para estudiar cuánto habían cambiado debido al estrés, los investigad­ores determinar­on que, mientras que en los ratones resistente­s solo se habían alterado unos 62 genes, en los susceptibl­es esa cantidad ascendía a 1.460, un número digno de tener en cuenta. Por ahora, este tipo de estudios nos hablan del estrés en ratones, algo que no afecta demasiado a nuestra vida diaria, aunque supone estar un paso más cerca de comprender su impacto en humanos y, por lo tanto, cómo poner freno al estrés y a sus muchas consecuenc­ias.

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Tras diez días de estrés constante, se pudo clasificar en tres grupos a los ratones: susceptibl­es, resistente­s e intermedio­s

Los estudios de gemelos dados en adopción permiten intuir qué rasgos se deben a la herencia genética y cuáles al entorno en el que son criados. Claro está, no obstante, que estos gemelos no son separados deliberada­mente para cumplir las apetencias de un grupo de científico­s, ni mucho menos. Se trata de casos donde esto ha ocurrido por diversos motivos ajenos a dicho estudio y que, posteriorm­ente, los investigad­ores pueden observar. Precisamen­te por ese motivo, los estudios de gemelos no son tan frecuentes como a los expertos les gustaría.

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