Carrère: «Si la política se transformara en bofetones sería algo muy siniestro»
El controvertido autor francés, uno de los popes de la literatura de su país, gana el Premio Princesa de Asturias de las Letras
Con aspecto veraniego y justo de tiempo. Emmanuele Carrère descubrió que la vida existe para algo más que vivirse. También está para ser contada, evocando el libro de memorias de Gabriel García Márquez. «La realidad es que el término “autoficción” no me gusta demasiado. Yo creo que más bien hago escritos autobiográficos, lo que también existe desde hace tiempo. El último título que he publicado es “Yoga”, que sí es más de autoficción que los anteriores. Pero “El Reino”, considero que no lo es. Estoy harto de la autoficción».
Con estas palabras, Carrère, un hábil equilibrista de sus propias crisis personales y un autor que sabe bucear en las almas humanas, rechaza este lugar común que le ha dedicado el mercado y asegura asimismo que «el próximo libro no va a discurrir por ahí. A veces tienes que contar algo sobre ti mismo, pero también me gusta dedicarme a otras cosas que suceden lejos de mí».
El escritor no encuentra inconveniente en mostrar las pequeñas intimidades que, por lo general, muchos tienden a ocultar. «Con franqueza, sí que da un poco de apuro describir algunos aspectos. Pero esto una elección que he hecho». Después, con algo de retranca, asegura: «Está bien poder decir cosas que no son honorables sobre uno mismo, porque el lector así puede decir: “Mira, a este le pasa igual que a mí”. Sacrificas una parte de ti mismo, pero tampoco considero que pase nada por eso».
El novelista ganó ayer el Premio Princesa de Asturias de las Letras y con la tez morena por algún enigmático y temprano sol de estío, la camisa abierta y el pelo corto, daba respuesta vía internet a las preguntas que se le planteaban a raíz de este galardón. «Hay un hilo conductor en mis libros, pero no sé hacia dónde lleva. Es como la vida misma. En la literatura uno avanza a oscuras. Después, con la perspectiva, uno se da cuenta de que hay un camino. El hilo que une mis libros no sé hacia dónde me lleva. Pero creo que existe una inspiración que los une», añade.
Más libre, más inteligente
Carrère aporta una reflexión sobre la misión de la literatura y asegura que «todos estamos dentro del determinismo intelectual y cultural de nuestra época. Lo que intento con mi obra es liberarme de esas ataduras y ver las cosas desde más arriba para ser más libre, aunque no sé si lo consigo. Este es el motivo de mi trabajo: ser más libre, más inteligente y comprender lo que me rodea. El vehículo que uso son mis historias, aunque no siempre lleguen con todas las revisiones hechas y en perfectas condiciones», concluye con humor
Carrère, que en su obra ha ido apuntando sus preocupaciones sociales y también las caídas en picado de su devenir personal, reconoce que «escribir es el centro de mi vida, pero esto les ocurre a todos los escritores. Lo que pasa es que como no escribo ficción, la realidad de mi vida está muy vinculada a todo lo que pueda contar. La literatura es una mezcla de distintos aspectos. Todo ayuda a crear. Desde luego, los personajes son un imán para escribir. Son parte de la clave de cualquier autor», comentaba con sosiego, con una sonrisa imperturbable, intercalando pausas. «Me he dado cuenta de que cuando acudo a los museos, lo que más me atrae son los retratos. Me gustan los paisajes, pero es la representación del rostro humano lo que me seduce. Como escritor, soy un retratista», explica.
Carrere, uno de los popes actuales de las letras francesas y europeas, no solo ha discurrido por los cauces de la ficción y la autoficción. En su literatura personal y personalista hay también hueco para un astuto relator de sucesos y biografías, como demostró en «El adversario», donde su protagonista es un asesino que mató a su familia, y en «Limónov». «Con los dos mantuve una relación, pero en ningún caso de gran intimidad. Es mejor no tener intimidad cuando se escribe sobre algo. Con el primero fue por carta, y después decayó; con Limónov, sobre todo, en los años posteriores al libro. Cuando lo escribí, se lo conté, y él era escéptico. Al tener la obra éxito, le gustó porque tenía la sensación de que habíamos ganado los dos. Había una camaradería simpática entre ambos, pero en el fondo me quedó la impresión de que pensaba: “Si estuviera en el poder, te fusilaría”. Como no
era el caso, todo discurrió bien. La verdad, me entristeció su muerte». Carrère, un amante de la ciencia ficció, que reconoce que desde «hace un año y medio vivimos en una verdadera distopía», refleja su preocupación sobre las tensiones sociales que acumula su país y la bofetada que recibió el presidente de Francia: «Observo que incluso los más hostiles a Macron han criticado este suceso. Si la política se transformara en bofetones sería algo muy siniestro. Me resulta difícil medir el grado de rechazo de políticos y de Macron, pero espero que las cosas no lleguen donde muchos anuncian ya y no tener al Frente Nacional en el poder».
Contento, pero prudente; hablador, pero cauto, Carrère medita sus palabras cuando se refiere a lo políticamente correcto: «Todas las épocas son distintas y no es igual esto que aquello. Apruebo la revolución cultural de nuestras sociedades, pero me siento incómodo ante los excesos, sobre todo, cuando son retroactivos y cuando hay algo que consiste en ignorar una dimensión histórica. Como se puede apreciar, digo esto con todas las precauciones, andando de puntillas».
Al contrario de lo que se pueda pensar, Carrère reivindica asimismo que en sus libros «defiendo la capacidad de hacer el bien. Es más juicioso eso que hacer el mal. Parece que el mal fuera extraordinario y vertiginoso, pero el bien es más misterioso que el mal. La mayor parte del tiempo, todos sabemos dónde está el bien y el mal. Somos más desgraciados porque hacemos el mal. Liberarnos de situaciones que vienen marcadas por el mal está en nosotros».
«Mis libros son más biográficos. No creo demasiado en la palabra “autoficción”. Estoy harto de ella»
«En mi obra defiendo la capacidad de hacer el bien. El mal es más vertiginoso, pero el bien es más misterioso»