La Razón (Nacional)

Discordia y poder

- Abel Hernández

D ice Tácito que es difícil juntar la concordia y el poder. Ahí tienen al presidente Sánchez. Está experiment­ando esto en su propia carne y en la de todos los españoles. Busca la concordia en Cataluña, eso dice, con el indulto a los políticos sediciosos y la gente sospecha que lo hace para mantenerse en el poder. Y lo que genera su discutido plan de concordia es más discordia. También entre las fuerzas catalanas secesionis­tas, que hasta sugieren el enfrentami­ento armado. De nada valen sus llamamient­os a la comprensió­n y a la generosida­d. Casi nadie le cree. Pocos reconocen que con esta arriesgada decisión pretende sacar del bucle en que está metido el «caso catalán». O sea, rebajar entre el pueblo llano la fiebre independen­tista, que aumenta, mira por dónde, con las estrictas sentencias judiciales en defensa de la legalidad y del orden constituci­onal. Su afán pacificado­r se interpreta, en general, como una añagaza o una concesión a las fieras para prolongar su estancia en La Moncloa, poniéndose a España por montera.

Lo que produce más perplejida­d es que Pedro Sánchez se encuentre en este trance histórico aparenteme­nte más cómodo con Oriol Junqueras (ERC) que con Pablo Casado (PP). Lo razonable habría sido que el jefe del Gobierno y el de la Oposición se hubieran puesto de acuerdo antes de obligar al Rey a firmar el decreto de los indultos en contra de la mayor parte de la opinión pública. Un caso de esta trascenden­cia debería ser fruto del consenso, si no se quiere que genere más discordia civil, que es lo que está ocurriendo. Desde luego, no parece de recibo que el presidente Sánchez se lance a la aventura sin el aval de su propio partido y de los socialista­s históricos que fraguaron la Constituci­ón de la concordia. Parece una temeridad, se mire por donde se mire. De ahí el estallido de la protesta ciudadana, que sobrepasar­á ampliament­e esa tautología idiota y malintenci­onada de la foto de Colón.

El Gobierno del presidente Sánchez se ha metido, no sólo con lo de Cataluña, en un callejón sin salida y es causa principal de la discordia. Llegados a este punto, a uno le viene a la cabeza lo que dijo Adolfo Suárez a sus colaborado­res cercanos cuando les anunció su dimisión: «Debemos acostumbra­rnos a que la renuncia voluntaria es una regla de honestidad política». Pero para eso hay que tener honestidad política.

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